La navidad, la familia, y Cristo

 

Por: Nick Davies.

La navidad es un tiempo para la familia. Pero el mensaje bíblico no solo afirma esto, lo desafía, desafiándonos pensar en la familia y la navidad de manera diferente que la sociedad.

En Cristo, tu familia es importante.

Con la familia bajo más presión que muchos podemos recordar, nuestro instinto de la prioridad de la familia es correcto. A través de una familia, la de Abraham, Dios prometió bendecir toda la creación.

Una prioridad en la Ley y Mandamientos recibidos después del Éxodo es proteger la familia y los linajes de las 12 tribus, lo que era esencial en la monarquía. Sin embargo, la vida pecaminosa del pueblo de Dios se expresaba también en las relaciones familiares: los padres animaron la idolatría en sus hijos (Isaías 57), y los hijos rebelaron contra sus padres (Deut. 21), reflejando en conflicto y abuso de autoridad en la familia desde la caída (Gen. 3) Entonces, una indicación de la renovación prometida por Dios, dada por los profetas es la renovación de relaciones familiares cuando Dios mismo llegaría para juzgar y renovar su pueblo (Mal 4).

Si terminamos acá, tenemos un buen mensaje del deseo de Dios para la familia, un mensaje moralista para una película navideña, pero no un mensaje centrado en Cristo y la cruz, que es el propósito de la navidad de todos modos.

En Cristo, tu familia no es importante.

Como siempre, cuando llegamos a la cruz, hay continuación y descontinuación. No hay conflicto entre partes de la Biblia, sino un desarrollo como parte de la revelación que llega a su cima en Cristo.

Pablo nota que la semilla de Abraham es singular: la esperanza de la promesa de la familia de Abraham tiene su cumplimiento en Cristo, no nuestras familias. La bendición del mundo vendrá por Cristo (Gal 3). Esto nos muestra que no podemos copiar y pegar la prioridad familiar desde la historia de Israel a nosotros sin la cruz como clave interpretativa.

No hay duda que Cristo cumple la promesa de restaurar familias. Vemos esto en las instrucciones de Pablo de amor y obediencia familiar como expresión de la transferencia desde la muerte a la vida por la cruz de Cristo (Efe. 2 y 5). Liberado del egoísmo y dependencia en las apariencias a través del perdón gratis de la cruz, podemos amar a nuestros esposos, esposas, hijos, hijas, padres, y madres con el amor escandaloso de Cristo, sacrificándose y lavando los pies.

Pero el cumplimiento en Cristo también señala hacia la descontinuación, reflejando cómo el pueblo de Dios no es de sangre sino Espíritu por la cruz.

La familia de Jesús no es su madre ni hermanos, sino los que hagan la voluntad de Dios en reconocer quién es Jesús realmente. Ser discípulos de Cristo es arriesgar romper con nuestra familia, “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mat. 10). Es su muerte en la cruz lo que define quién es el pueblo de Dios, quien es en su familia. Pablo, promotor de buenas relaciones sanas en la familia, al mismo tiempo nota que no es la más importante, recordando los corintios “que bueno les fuera quedarse [soltero] como yo” (1 Cor 7), reflejando la enseñanza de Cristo sobre la falta de matrimonio la nueva creación, “en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento” (Mat. 22). Por eso, entre las metáforas para la iglesia no aparece ‘familia’ sino ‘rebaño’, ‘huerto’, ‘ciudad’, ‘templo’, ‘esposa’, y ‘cuerpo’. Cristo amplía la definición de quién es nuestra familia.

Para estar absolutamente claro, el segundo grupo de pasajes no borra el primero, ni es el primer grupo más fundamental que el segundo. Nunca enfrentamos una parte de la Biblia contra otra. La buena teología bíblica es ver cómo los dos fluyen juntos, sin resolver lo que la Biblia deja en tensión porque vivimos entre la cruz y el retorno de Cristo. En Cristo, tu familia es importante. En Cristo, tu familia no es importante.

¿Habrá solo tu familia en tu navidad, o reflejará de verdad el amor de Cristo?

Piensa en esta navidad. Si tu cena de nochebuena solo va a ser tus padres, hermanos, e hijos ¿realmente celebras la venida del Cristo que amplió tu familia? En nuestras iglesias hay viudas sin familia, inmigrantes y extranjeros lejos de su tierra, solteros y parejas aisladas de sus familias, las madres y padres solteros que simplemente no tienen la capacidad para dar una cena. Ellos y otros son tu familia también. No permitamos que la tradición y el marketing de empresas tengan más influencia sobre nosotros que el evangelio. Mostramos a nuestros hijos que somos discípulos de Cristo, “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.” (Juan 13)

Nicolas Davies es misionero de CMS Australia (Sociedad Misionera de la Iglesia, por sus siglas en inglés), en Perú.

La Navidad y la Libertad en Cristo: Glorificar a Dios con Acciones de Amor

Por: Redacción DCP

La celebración de la Navidad ha sido un tema de debate entre cristianos a lo largo de los siglos. Algunos han cuestionado su origen y validez como una festividad cristiana debido a sus posibles raíces paganas, mientras que otros la han defendido como una oportunidad para reflexionar sobre el nacimiento de Cristo. En este artículo exploraremos la libertad que tenemos en Cristo para celebrar la Navidad, cómo dicha libertad debe estar sujeta a la glorificación de Dios y cómo esta festividad puede ser una oportunidad para manifestar nuestra fe a través de acciones concretas de amor y justicia.

  1. Libertad cristiana y la celebración de la Navidad

La libertad cristiana es un principio fundamental del Evangelio. Pablo escribe en Colosenses 2:16-17:
«Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo; todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo.»

Este texto enfatiza que los creyentes ya no están sujetos a regulaciones legales sobre días festivos u observancias específicas. Nuestra libertad en Cristo nos permite participar o abstenernos de ciertas celebraciones, siempre que nuestra conciencia esté limpia delante de Dios. Sin embargo, esta libertad no es una licencia para la indiferencia espiritual ni para satisfacer los deseos egoístas del corazón, sino una herramienta para glorificar a Dios en todo lo que hacemos (1 Corintios 10:31).

Celebrar la Navidad como un recuerdo del nacimiento de Cristo es válido siempre y cuando la motivación principal sea exaltar al Salvador y no sucumbir a las presiones culturales del materialismo y el consumismo que suelen dominar esta época.

Para el creyente, toda época del año es Navidad en un sentido espiritual, porque cada día celebramos a Jesús, su encarnación, muerte y resurrección. Sin embargo, dedicar un tiempo específico para recordar su nacimiento puede ser una oportunidad especial para proclamar el Evangelio y reflexionar sobre la gracia de Dios manifestada en Cristo.

  1. Navidad: Una oportunidad para glorificar a Cristo

Aunque la Escritura no ordena explícitamente la celebración del nacimiento de Cristo, los evangelios dan un testimonio glorioso de su encarnación. Lucas 2:10-14 narra cómo los ángeles celebraron este evento proclamando:
«Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.»

Siguiendo este ejemplo, la Navidad puede ser una ocasión para glorificar a Dios por su gracia manifestada en la encarnación de su Hijo. La pregunta clave es: ¿Cómo glorificamos a Cristo en nuestra celebración?

Evitar el egoísmo y el consumismo

La cultura moderna ha transformado la Navidad en un periodo de consumismo extremo. Las campañas publicitarias nos invitan a gastar excesivamente en regalos y a centrar nuestra atención en el entretenimiento, dejando de lado el verdadero significado de la festividad. Para los creyentes, esto es una trampa peligrosa, ya que Jesús mismo nos advierte contra el materialismo:
«Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.» (Lucas 12:15).

En lugar de centrarnos en la adquisición de bienes materiales, debemos redirigir nuestra atención hacia la generosidad y la compasión, siguiendo el ejemplo de Cristo, quien vino no para ser servido, sino para servir (Mateo 20:28).

Prácticas que glorifican a Cristo en Navidad

  1. Ayuda a los pobres: La Escritura nos llama a recordar a los necesitados. Proverbios 19:17 dice:
    «A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.»

En Navidad, una forma concreta de glorificar a Cristo es dedicando recursos y tiempo a ayudar a quienes viven en pobreza. Esto puede incluir preparar canastas de alimentos, donar a organizaciones benéficas cristianas o participar en actividades de servicio comunitario.

  1. Generosidad hacia los demás: Ser generoso no se limita a dar bienes materiales. Incluye el dar tiempo, atención y palabras de consuelo. 2 Corintios 9:7 nos recuerda:
    «Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.»

La generosidad refleja el carácter de Cristo, quien dio su vida por nosotros.

  1. Consuelo al sufriente: Durante la Navidad, muchas personas enfrentan soledad, pérdida o depresión. Como cristianos, estamos llamados a ser instrumentos de consuelo y esperanza. 2 Corintios 1:3-4 dice que Dios nos consuela en nuestras tribulaciones para que podamos consolar a otros con el mismo consuelo que hemos recibido.
  1. Navidad y el ejemplo de Cristo

El mensaje central de la Navidad es la encarnación de Cristo, el Hijo de Dios, quien se humilló al hacerse hombre para salvarnos. Filipenses 2:5-8 describe esta humildad:
«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.»

La humildad de Cristo es un modelo para nuestra vida diaria y para nuestra celebración de la Navidad. Esto significa abandonar actitudes de orgullo, egoísmo o superioridad, y adoptar un corazón humilde que busque servir a los demás.

  1. Navidad: Reflexión y acción

La verdadera celebración de la Navidad debe ir más allá de las palabras y los rituales. Santiago nos recuerda que la fe sin obras es muerta (Santiago 2:17). En este contexto, la Navidad puede ser un tiempo para poner en práctica nuestra fe.

  • Reflexionar sobre el Evangelio: Dedicar tiempo a leer y meditar en los relatos del nacimiento de Cristo en los evangelios puede ayudarnos a centrar nuestra mente y corazón en lo esencial.
  • Reuniones familiares centradas en Cristo: Las reuniones navideñas son una oportunidad para compartir el Evangelio con amigos y familiares. Esto puede incluir la lectura de la Biblia, el canto de himnos cristianos y el testimonio personal.
  • Obras de amor: Planificar actividades prácticas para bendecir a otros, como visitar a los enfermos, escribir cartas de ánimo o preparar una comida especial para una familia necesitada.

Conclusión

La libertad que tenemos en Cristo nos permite celebrar la Navidad con gratitud y gozo, siempre y cuando nuestra motivación sea glorificar a Dios y no complacernos en los deseos egoístas o en el consumismo. Más allá de los regalos y las decoraciones, la Navidad nos ofrece una oportunidad para manifestar el amor de Cristo al mundo, especialmente a través de la ayuda a los pobres, la generosidad y el consuelo a los que sufren.

Que este tiempo sea una ocasión para recordar el increíble regalo de la gracia de Dios en Cristo Jesús y para vivir como reflejo de su amor, llevando luz a un mundo en tinieblas. Así como los ángeles proclamaron gloria a Dios en el nacimiento del Salvador, que nuestra celebración también sea un testimonio que exalte a Cristo en todo lo que hacemos.

«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.» (Isaías 9:6).

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El Cristiano Frente al Consumismo: Una Perspectiva Bíblica en la Época Navideña

Por: Redacción DCP

En una época donde el materialismo ha alcanzado proporciones casi religiosas, días como el Black Friday y la Navidad, la cual debería ser una celebración centrada en el nacimiento de nuestro Salvador, se han convertido en temporadas marcadas por el frenesí consumista. Es común ver que en la época navideña miles de personas llenan centros comerciales y plataformas digitales, buscando regalos y ofertas, en lo que se ha transformado en un ritual de consumo masivo. Como creyentes, es imperativo que examinemos esta realidad a la luz de las Escrituras y desarrollemos una respuesta bíblica ante este fenómeno cultural.

La Raíz del Problema: Una Cosmovisión Materialista

El apóstol Pablo advirtió que «los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición» (1 Timoteo 6:9). Esta advertencia resuena con particular relevancia en nuestra era de consumismo desenfrenado. La Navidad, más que un tiempo de reflexión y gratitud, se ha convertido en un símbolo de una cosmovisión que coloca la adquisición material en el centro de la existencia humana.

La sociedad moderna ha adoptado lo que podríamos llamar una «teología de la prosperidad secular», donde la felicidad y la realización personal se miden por la capacidad de consumo. Esta perspectiva contradice directamente la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, quien advirtió: «Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15).

El Consumismo como Idolatría Moderna

Cuando examinamos el fenómeno del consumismo navideño desde una perspectiva bíblica, no podemos evitar ver los paralelos con la idolatría antigua. Así como los israelitas construyeron un becerro de oro en el desierto, el hombre moderno ha erigido templos al consumo en forma de centros comerciales y plataformas de comercio electrónico. La adoración ya no se dirige a estatuas de madera o piedra, sino a las últimas tendencias tecnológicas y los regalos más populares.

El profeta Isaías escribió sobre aquellos que «adoran la obra de sus manos, lo que fabricaron sus dedos» (Isaías 2:8). ¿No es esto precisamente lo que observamos en la veneración moderna de los bienes materiales? Las compras compulsivas, el endeudamiento por regalos, y el afán por cumplir con las expectativas sociales son manifestaciones contemporáneas de esta antigua forma de idolatría.

La Respuesta Bíblica al Consumismo

El antídoto bíblico para el consumismo comienza con el contentamiento en Cristo. Pablo escribió: «He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Filipenses 4:11). Este contentamiento no es una resignación pasiva, sino una profunda satisfacción que surge de reconocer que en Cristo tenemos «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad» (2 Pedro 1:3).

La Biblia no condena la celebración ni la posesión de bienes materiales, pero nos llama a ser mayordomos sabios de los recursos que Dios nos ha confiado. Las compras navideñas deben evaluarse bajo la luz de la mayordomía cristiana. Debemos preguntarnos si nuestras decisiones reflejan necesidades reales y gratitud a Dios, o si están impulsadas por el deseo de cumplir expectativas sociales o satisfacer anhelos insatisfechos de nuestro corazón.

Jesús nos instruyó a «buscar primeramente el reino de Dios y su justicia» (Mateo 6:33). Esta instrucción fundamental debe permear cada decisión, evaluando su impacto en nuestra vida espiritual y en el avance del Reino de Dios. Aclaramos que el problema no está en las compras en sí mismas, sino en el corazón con el que se hacen. Cuando buscamos en ellas la felicidad o seguridad que solo el Señor puede dar, corremos el riesgo de alejarnos de Él.

Viviendo la Verdad en un Mundo Consumista

Como creyentes, estamos llamados a ejercer discernimiento espiritual en todas las áreas de nuestra vida, incluyendo nuestros hábitos de consumo. Esto significa examinar cuidadosamente nuestras motivaciones antes de realizar compras, aprender a distinguir entre necesidades reales y deseos superfluos, y considerar seriamente el impacto de nuestras decisiones en nuestro testimonio cristiano.

En lugar de participar en el frenesí consumista, debemos enfocarnos en la generosidad. «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35). Quizás, en lugar de gastar excesivamente en regalos, podríamos invertir en el Reino de Dios, ya sea a través de donaciones, apoyo a obras misioneras, o ayuda a los necesitados.

El estilo de vida cristiano debe caracterizarse por una simplicidad que refleje nuestra ciudadanía celestial. Pablo exhortó: «Teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» (1 Timoteo 6:8). Esta simplicidad no es pobreza autoimpuesta, sino una liberación de la tiranía del materialismo que nos permite vivir con libertad y contentamiento en Cristo.

Conclusión: Una Perspectiva Equilibrada

Como cristianos, no estamos llamados a un ascetismo radical ni a un rechazo total de las celebraciones navideñas. Sin embargo, debemos mantener una perspectiva bíblica equilibrada que reconozca que «la piedad con contentamiento es gran ganancia» (1 Timoteo 6:6).

La Navidad, como cualquier otra expresión de la cultura consumista, debe ser abordada con sabiduría espiritual y discernimiento bíblico. Que nuestras decisiones reflejen que tenemos un tesoro mayor que cualquier regalo temporal: «porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6:21).

Que esta temporada sea un testimonio de nuestra verdadera riqueza en Cristo, reflejando nuestra herencia incorruptible y nuestra esperanza en el Salvador cuyo nacimiento celebramos.

En un artículo anterior, exploramos el consumismo durante el Black Friday, puedes leer el artículo aquí

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La cosmovisión bíblica del consumismo: Reflexionando sobre el Black Friday

Por: Redacción DCP

Por naturaleza, el ser humano está inclinado a buscar satisfacción en cosas creadas antes que en el Creador. En nuestra cultura actual, esta tendencia se manifiesta claramente en el consumismo, una mentalidad que glorifica la acumulación de bienes materiales como el camino hacia la felicidad, el estatus y la realización personal. Este problema encuentra su máxima expresión en fenómenos como el Black Friday y la navidad, una celebración global del materialismo. Como cristianos, debemos abordar estas cuestiones desde una cosmovisión bíblica, preguntándonos cómo Dios quiere que vivamos en un mundo saturado de consumismo.

El corazón del problema: la idolatría del materialismo

La Escritura es clara en advertirnos contra la búsqueda de satisfacción en las cosas materiales. Jesús dijo:

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” (Mateo 6:19-21).

El consumismo es, en esencia, una forma de idolatría. Coloca las cosas creadas en el lugar que le corresponde solo a Dios. En el marco del Black Friday, esta idolatría se evidencia cuando las personas se endeudan, sacrifican tiempo, paz e incluso relaciones para obtener bienes que prometen satisfacer, pero nunca lo logran.

Pablo también advierte sobre esta trampa al escribir que “la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10). Este amor no solo se refiere al dinero en sí, sino a lo que este puede comprar. La avaricia, el deseo desordenado por más, es una manifestación de un corazón que ha reemplazado a Dios con la promesa falsa de la autosuficiencia material.

El Black Friday: una oportunidad para reflexionar

El Black Friday, aunque culturalmente neutral, expone el espíritu del consumismo de nuestra era. No es un problema en sí mismo aprovechar descuentos o hacer compras necesarias, pero el Black Friday se ha convertido en un símbolo de la búsqueda desenfrenada de más cosas. Para el creyente, estas fechas representan una oportunidad para reflexionar sobre nuestras prioridades, nuestras motivaciones y nuestra cosmovisión.

En este contexto, debemos plantearnos preguntas fundamentales:

  1. ¿Qué gobierna mi corazón?
    El consumismo no es simplemente una cuestión económica; es una cuestión espiritual. Santiago 4:1-3 nos recuerda que las pasiones desordenadas dentro de nosotros generan conflictos. Cuando el deseo de poseer nos domina, evidencia que hemos colocado algo más alto que la supremacía de Cristo en nuestras vidas.
  2. ¿Estoy administrando mis recursos con sabiduría?
    Todo lo que tenemos proviene de Dios, y somos llamados a ser mayordomos fieles. Esto incluye administrar nuestro dinero de manera que glorifique a Dios y bendiga a otros. Gastar impulsivamente, endeudarse o buscar satisfacción en bienes materiales no refleja el carácter de un siervo fiel (Lucas 16:10-13).
  3. ¿Estoy modelando el contentamiento?
    En Filipenses 4:11-13, Pablo escribe sobre aprender a estar contento en cualquier circunstancia. El Black Friday, y cualquier celebración similar, debe ser una oportunidad para modelar este contentamiento, mostrando que nuestra satisfacción no está en lo que compramos, sino en Cristo.

Un llamado a la transformación de la mente

El apóstol Pablo nos exhorta en Romanos 12:2 a no conformarnos a este mundo, sino a ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento. Para enfrentar el consumismo desde una cosmovisión bíblica, necesitamos una transformación de nuestra mente y de nuestras prioridades.

  1. Vivir con un propósito eterno
    Las cosas materiales no son intrínsecamente malas, pero deben ocupar su lugar adecuado en nuestra vida. Cuando Jesús habló de buscar primero el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33), nos mostró que la prioridad del creyente es vivir con un propósito eterno, no terrenal.
  2. Cultivar la generosidad
    En lugar de centrarnos en lo que podemos adquirir, debemos reflexionar en cómo podemos dar. Pablo escribe en 2 Corintios 9:6-8 que Dios ama al dador alegre, y que nuestra generosidad es una expresión tangible de nuestra confianza en Su provisión. Además, Efesios 4:28 nos recuerda que trabajar no solo es para nuestro sustento personal, sino también para tener con qué ayudar a quienes están en necesidad: «El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.»
  3. Practicar la gratitud
    El consumismo se alimenta de una mentalidad de escasez: la creencia de que siempre necesitamos más para ser felices. Pero el creyente, lleno de gratitud por lo que Dios ha provisto, puede decir con Pablo: «Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6).

Cómo responder al Black Friday como cristianos

Entonces, ¿cómo debe el creyente afrontar celebraciones como el Black Friday dentro de un marco bíblico correcto?

  1. Evaluar nuestras motivaciones
    Antes de participar, debemos preguntarnos: ¿Estoy comprando esto por necesidad o por deseo desordenado? ¿Estoy siendo influenciado por la presión cultural o guiado por el Espíritu Santo?
  2. Establecer límites sabios
    Es prudente establecer un presupuesto y ceñirse a él. Esto nos ayuda a evitar gastos impulsivos y demuestra que somos responsables con los recursos que Dios nos ha confiado.
  3. Invertir en lo eterno
    En lugar de gastar en exceso en cosas temporales, considera cómo puedes usar este tiempo para bendecir a otros. Tal vez podrías donar a organizaciones cristianas, apoyar a familias necesitadas o invertir en recursos que edifiquen tu fe y la de otros.
  4. Modelar una vida diferente
    En un mundo obsesionado con las cosas materiales, los cristianos tienen la oportunidad de mostrar una forma diferente de vivir. Al priorizar a Cristo, la generosidad y el contentamiento, podemos ser una luz en medio de la oscuridad del consumismo (Mateo 5:16).

Conclusión: Cristo es suficiente

El Black Friday no es más que un reflejo de las prioridades de este mundo caído, pero también es una oportunidad para que los creyentes demuestren que nuestra esperanza y satisfacción no están en las cosas que perecen, sino en Cristo, quien es eterno.

Al enfrentar cualquier tentación hacia el consumismo, recordemos las palabras de Jesús:

“Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed” (Juan 6:35).

Solo Cristo satisface plenamente. Nuestra respuesta al Black Friday, y a cualquier celebración similar, debe reflejar esa verdad. Vivamos de tal manera que el mundo vea que nuestro tesoro está en el cielo, y que nuestra vida apunta a Aquel que nos redimió con Su preciosa sangre.

«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Que esta verdad guíe nuestra conducta, incluso en días como el Black Friday.

El próximo mes hablaremos más sobre el consumismo durante la época navideña.

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El Impacto de la Reforma en la Predicación Bíblica

La Reforma Protestante, uno de los movimientos más determinantes de la historia de la cristiandad, trajo consigo una transformación radical en la vida de la iglesia, afectando especialmente el núcleo de la práctica cristiana: la predicación bíblica. Iniciada por figuras como Martín Lutero, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino, este movimiento del siglo XVI buscó una reforma profunda de la iglesia en todos sus aspectos. Al cuestionar las prácticas y doctrinas del catolicismo medieval, los reformadores impulsaron un retorno a las Escrituras como única fuente de autoridad divina, transformando la predicación en un medio poderoso para comunicar la verdad bíblica a cada creyente.

1. El Sola Scriptura: Fundamento para la Predicación

Uno de los principios más decisivos de la Reforma fue el Sola Scriptura, que significa “Solo la Escritura”. En el contexto del siglo XVI, este principio fue una afirmación revolucionaria frente a una iglesia que había acumulado autoridad en la tradición, los concilios y la figura papal. En una época en que el clero y la jerarquía eclesiástica interpretaban las Escrituras a conveniencia, el Sola Scriptura devolvió la centralidad a la Biblia misma, afirmando que es la única fuente inerrante y suficiente de la verdad revelada de Dios. Lutero, Calvino y sus contemporáneos argumentaron que la verdadera autoridad no recaía en el hombre ni en las instituciones, sino en la palabra escrita de Dios.

Esto significaba que la predicación debía someterse enteramente al texto bíblico. En lugar de añadir interpretaciones tradicionales o doctrinas humanas, la labor del predicador consistía en exponer la Escritura de manera que los oyentes comprendieran su mensaje puro y sin adulteración. Esta orientación hacia la Biblia como única regla de fe y práctica marcó un giro hacia la exposición fiel y clara del texto, eliminando las opiniones humanas como fuente de autoridad espiritual.

2. La Centralidad de la Exposición Bíblica

Antes de la Reforma, el sermón ocupaba un lugar marginal en el culto, a menudo siendo eclipsado por los sacramentos, particularmente la misa. La predicación era limitada, a menudo en latín y de manera accesible solo a unos pocos entendidos. El cambio radical traído por los reformadores incluyó la traducción de las Escrituras a las lenguas vernáculas y un énfasis en que cada creyente debía escuchar y comprender el mensaje de Dios en su propio idioma.

Lutero y Calvino defendieron una predicación expositiva que interpretara el significado literal del texto, abordando los contextos históricos y teológicos para extraer el mensaje original. Este enfoque requería una profunda preparación y conocimiento del texto bíblico y, en muchos casos, un regreso a los idiomas originales de las Escrituras: el hebreo y el griego. La predicación expositiva se convirtió así en la esencia del ministerio pastoral reformado. Cada sermón debía extraer la doctrina y la aplicación directamente del texto bíblico, en lugar de estructurarse en torno a temas preconcebidos o tradiciones eclesiásticas.

Este cambio no solo afectó la estructura de la predicación sino también su contenido y propósito. La predicación expositiva tenía como objetivo principal revelar a Cristo y comunicar su obra redentora a través de cada pasaje de las Escrituras, en el Antiguo y el Nuevo Testamento. La Palabra, fielmente expuesta, no solo informaba, sino que también transformaba el corazón de los oyentes, apuntándolos hacia una vida de santidad y obediencia.

3. La Congregación como Receptora Activa de la Palabra

La Reforma también implicó un cambio en la percepción de la congregación. La predicación expositiva tenía un objetivo claro: edificar la iglesia, instruyéndola en la doctrina y exhortándola a una vida conforme al evangelio. Esto marcó un contraste con la iglesia medieval, donde los feligreses eran espectadores pasivos, que debían confiar en las interpretaciones del clero sin posibilidad de una verificación personal.

Los reformadores defendieron que cada creyente debía escuchar, interpretar y aplicar la Palabra de Dios en su propia vida. Calvino enseñaba que la fe en Cristo y el entendimiento de las Escrituras estaban al alcance de todos aquellos en quienes el Espíritu Santo obró, y Lutero afirmó la idea del sacerdocio de todos los creyentes. Esto significaba que el creyente común tenía la capacidad y el derecho de conocer la Palabra de Dios por sí mismo, sin intermediarios.

4. El Ministerio Pastoral como Llamado a la Predicación

El impacto de la Reforma en la predicación también redefinió la función del pastor en la iglesia. A partir de entonces, el predicador ya no era simplemente un administrador de sacramentos, sino un maestro de la Escritura. La predicación expositiva demandaba que el pastor fuera un conocedor profundo de la Biblia, comprometido con la oración y capacitado en una interpretación cuidadosa del texto. Juan Calvino, por ejemplo, dedicaba largas horas a la preparación de sermones, y sus extensas series de predicaciones reflejaban su compromiso con el estudio bíblico sistemático.

Los reformadores comprendían que la predicación es un medio por el cual el Espíritu Santo obra poderosamente en la vida del creyente. De ahí que Calvino, entre otros, afirmara que el púlpito es el “trono de Dios”, pues a través de la predicación, Dios mismo habla a su pueblo. La responsabilidad pastoral se entendía entonces como un ministerio esencialmente vinculado a la Palabra. Todo ministro debía procurar alimentar a su congregación con la Palabra de Dios, conforme a las enseñanzas apostólicas.

5. La Reforma y la Formación Teológica

Dado el énfasis en la exposición bíblica y la precisión doctrinal, la Reforma también impulsó la formación teológica y el establecimiento de instituciones de formación ministerial. Uno de los casos más influyentes fue el de la Academia de Ginebra, fundada por Calvino en 1559, con la visión de entrenar a pastores en la correcta interpretación y enseñanza de las Escrituras. Esta formación teológica rigurosa contribuyó a la expansión de la Reforma en Europa y sentó las bases para el desarrollo de la teología reformada.

La teología y la predicación se entrelazaron de manera inextricable. Los sermones de la Reforma no eran meros discursos de motivación, sino explicaciones teológicas y exegéticas que apuntaban a una comprensión integral de la doctrina cristiana. Esto incluyó temas complejos como la justificación por la fe, la soberanía de Dios y la necesidad de la santificación, expuestos de forma accesible y aplicable. La teología se convirtió en el corazón de la predicación reformada y en el estándar que guiaría la fe y la práctica de la iglesia reformada.

6. La Transformación de la Sociedad a través de la Predicación

Finalmente, la Reforma tuvo un impacto profundo y duradero en la sociedad europea a través de la predicación. Al abrir la Biblia a la audiencia general y exponer su contenido, los reformadores despertaron una conciencia de responsabilidad y virtud en la vida cotidiana. La predicación no solo instaba a la vida espiritual, sino que también abordaba temas éticos y sociales, formando ciudadanos instruidos en los principios de justicia, verdad y servicio.

En ciudades como Ginebra, el sermón dominical influía directamente en la ética pública. Los pastores enseñaban sobre la honestidad en el trabajo, el respeto a la ley y la integridad en el hogar. Así, la predicación reformada se convirtió en un motor de cambio social, promoviendo comunidades centradas en los principios bíblicos, donde el carácter de los ciudadanos reflejara la santidad de Dios en todos los ámbitos de la vida.

Conclusión

El impacto de la Reforma en la predicación bíblica fue profundo y multifacético, estableciendo un modelo de predicación expositiva que devolvió a la iglesia la centralidad de la Escritura. Al mismo tiempo, redefinió el rol del predicador, empoderó al creyente común y promovió una transformación que afectó tanto la vida espiritual como la social de Europa. En el corazón de este movimiento estuvo la convicción de que la Biblia es la voz viva de Dios, y que, al ser proclamada fielmente, tiene el poder de transformar a individuos, iglesias y naciones.

La Reforma, en su esencia, renovó la iglesia a través de la predicación fiel y comprometida con la verdad bíblica. Los ecos de esa reforma siguen resonando hoy, recordándonos que la predicación bíblica no es simplemente un acto de comunicación, sino una proclamación divina que desafía, consuela y fortalece al creyente en su peregrinaje de fe.

¡AL MAESTRO CON CARIÑO!

Por Francisco Vergara

¡Al maestro con cariño! era el nombre de una película antigua (1967), protagonizada por Sidney Poitier, en la que se ponía de manifiesto el respeto por la labor docente ejercida en medio de precariedades y adversidades, pero que con mucho empuje y coraje deja las metodologías tradicionales y adopta otras estrategias creativas para lograr enseñar a una población de un barrio problemático de Londres. Luego han salido muchas otras películas en las que se destacan distintos aspectos de aquellos que se dedican a la formación de las nuevas generaciones. ¿Se acuerdan de alguna de ellas?

Las personas que se dedican a las labores docentes, en los distintos niveles y en las diferentes instituciones educativas, han sido por lo general incomprendidos. Muchas veces han sufrido el menosprecio social por considerarlos profesionales de segunda o tercera categoría, sin tener en cuenta la importancia de su labor. También es cierto que hay algunos que denigran tan noble profesión, pero son los pocos; la gran mayoría se compromete de por vida y sacrificialmente para llevar adelante la tarea, a costa de sus propias aspiraciones.

Muchas veces las iglesias cristianas se han sumado a la falta de consideración de lo que hacen los docentes voluntarios de los esfuerzos dominicales, academias bíblicas o instituciones bíblicas o teológicas, con los distintos grupos etarios y los variados programas de formación. En realidad, en esta ocasión nos gustaría llamar la atención a valorar el servicio que brindan las personas que se dedican a enseñar, y a prepararse cada vez más y mejor, para dar un servicio de calidad.

Encontramos en Mateo 5:1-7:29 la pieza maestra del Gran Maestro; comienza la sección diciendo que usó una situación de campo para enseñar (5:1-2) y termina diciendo que la enseñanza fue extraordinaria, porque lo hacía con autoridad (7:28-29). Pero sabemos cómo terminó la historia, con el pedido de que el Maestro que los había deslumbrado con su enseñanza autoritativa sea crucificado, el pueblo siendo llevado a pedir a la autoridad romana la muerte del Maestro.

Debemos tener una actitud correcta hacia el Gran Maestro, y también hacia los que hoy llevan a cabo tan abnegada tarea. Hay un texto en particular que me llama la atención y me mueve a gratitud con aquellos que me enseñaron en la vida cristiana. Pablo escribiendo a los gálatas los exhorta: El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye (Gá. 6:6). Seamos agradecidos con Dios y con Sus instrumentos que nos enseñan, desafían y estimulan a seguir avanzando en nuestro conocimiento de la Palabra de Dios, para que nuestra vida sea ejemplo vivo, o en la expresión del apóstol: cartas abiertas al mundo, aprovechando la operación del Espíritu a través de quienes nos enseñan la Palabra (2 Co. 3:2-3).

Hay muchos textos bíblicos que nos hablan de los maestros y su importancia en la continuidad del testimonio eclesial (2 Ti. 2:2); de su enorme responsabilidad (Stg. 3:1).

¡Demostremos nuestro cariño a todos los que a pesar de las incomprensiones y dificultades se esfuerzan por ser de inspiración a los estudiantes a su cargo!

¡Que el Señor bendiga a todos los que se han preparado para servirlo en la tarea educativa!

¡Sigamos sirviendo a Dios y a Su pueblo!

La Vocación del Maestro Cristiano: Un Pilar para el Cambio Social

Por: Dr. César Morales C.

La figura del maestro ha sido siempre fundamental en la formación de individuos y sociedades. En el contexto cristiano, esta figura adquiere un significado aún más profundo y trascendental. Un maestro cristiano no solo transmite conocimientos, sino que también encarna valores y principios que pueden transformar vidas y comunidades. Este artículo busca explorar la vocación del maestro cristiano, resaltando su valor indispensable para generar cambios positivos en nuestra sociedad, con un enfoque en el ejemplo de Jesús como maestro y las reflexiones del autor Parker Palmer.

La Vocación del Maestro Cristiano

La vocación de ser maestro en un contexto cristiano va más allá de la mera profesión; es un llamado divino a servir, guiar y educar con amor y paciencia. Un maestro cristiano es un agente de cambio, alguien que inspira y motiva a sus estudiantes a alcanzar su máximo potencial, no solo académico sino también espiritual y moral. La vocación del maestro cristiano se fundamenta en el amor al prójimo, la compasión y el deseo de ver a cada estudiante florecer en todas las áreas de su vida.

Jesús, el Maestro por Excelencia

Jesús de Nazaret es el ejemplo supremo de lo que significa ser un maestro. A través de sus enseñanzas y su vida, mostró cómo un maestro puede influir profundamente en sus seguidores. Jesús enseñaba con autoridad y claridad, utilizando parábolas y ejemplos de la vida cotidiana para hacer comprensibles verdades espirituales profundas. Su método no solo era instructivo sino transformador; sus palabras y acciones motivaban a las personas a reflexionar, cambiar y crecer.

Un aspecto notable de la enseñanza de Jesús era su capacidad para ver el potencial en cada individuo, independientemente de su estatus social o pasado. Esta visión inclusiva y esperanzadora es una cualidad esencial para los maestros cristianos de hoy. Al igual que Jesús, estos maestros están llamados a ver y nutrir el potencial de cada uno de sus estudiantes, reconociendo que todos tienen algo valioso que aportar al mundo.

El Valor Transformador del Maestro Cristiano

En una sociedad en constante cambio y a menudo marcada por la desigualdad y la injusticia, el papel del maestro cristiano es crucial. Los maestros tienen la oportunidad de ser faros de luz y esperanza en sus comunidades. Al educar con una perspectiva cristiana, no solo imparten conocimientos académicos, sino que también forman a sus estudiantes en valores como la justicia, la compasión, la integridad y el respeto.

Parker Palmer, un renombrado autor y educador, subraya en su obra «El Valor de Enseñar» (Courage to Teach, 2007. Jossey-Bass) la importancia de la autenticidad y el compromiso en la vocación docente. Palmer afirma: “Un maestro puede cambiar vidas con la mezcla adecuada de tiza y desafíos”. Esta cita resalta cómo el impacto de un maestro va más allá de los contenidos curriculares; se trata de desafiar a los estudiantes a pensar críticamente, actuar éticamente y vivir con propósito.

Ser un maestro cristiano no está exento de desafíos. Requiere una dedicación constante, una fe inquebrantable y una disposición para enfrentar y superar obstáculos. Los maestros cristianos a menudo deben lidiar con limitaciones de recursos, dificultades personales de los estudiantes y, en algunos casos, un entorno social que no valora adecuadamente la educación. Sin embargo, las recompensas de esta vocación son inmensas. Ver a un estudiante superar sus dificultades, alcanzar sus metas y convertirse en una persona íntegra y compasiva es una satisfacción incomparable. Además, los maestros cristianos saben que su labor tiene un valor eterno; están sembrando semillas que pueden dar frutos durante toda la vida de sus estudiantes y más allá.

Inspiración para las Nuevas Generaciones

Para los jóvenes y adultos que sienten un llamado a la enseñanza, es vital reconocer el impacto profundo y duradero que pueden tener en sus comunidades. La sociedad necesita más maestros que no solo enseñen, sino que también vivan sus valores y principios cristianos, sirviendo como modelos a seguir para sus estudiantes.

La vocación del maestro cristiano es, en última instancia, una misión de amor y servicio. Es una oportunidad para reflejar el amor de Dios a través de la educación y para contribuir al bienestar y la transformación de la sociedad. En un mundo que a menudo parece dividido y desorientado, los maestros cristianos tienen el poder de ser agentes de reconciliación, paz y esperanza.

Un Llamado a la Acción

A todos aquellos que están descubriendo su vocación de maestros, este es un llamado a involucrarse en este ministerio cristiano. Si sientes el llamado a enseñar, no lo ignores. Tu papel como maestro cristiano puede ser una fuente de inspiración y cambio en la vida de tus estudiantes y en tu comunidad. La enseñanza es una noble misión que requiere valentía, dedicación y amor, pero las recompensas son incalculables y eternas.

Otra cita de Parker Palmer nos recuerda que: “Las preguntas existenciales de la vida son las que todos hacen con o sin el beneficio de la repuesta de Dios: ¿Tiene mi vida sentido y propósito? ¿Tengo los dones que el mundo quiere y necesita? ¿A quién y a qué sirvo? Pero nosotros, los cristianos, sí tenemos las respuestas” (Courage to Teach, 2007. Jossey-Bass). Tú puedes ser ese maestro que inspire, desafíe y transforme. Únete a esta noble vocación y contribuye al cambio positivo en nuestra sociedad.

Conclusión

El maestro cristiano es un pilar esencial para el cambio social. A través de su dedicación, amor y fe, pueden inspirar y transformar vidas, siguiendo el ejemplo de Jesús. En la educación cristiana, cada lección es una oportunidad para sembrar valores duraderos y preparar a las futuras generaciones para enfrentar los desafíos del mundo con sabiduría y compasión. Estas son oportunidades para hacer una diferencia real y significativa en la vida de sus estudiantes y, por ende, en la sociedad en general. Que este llamado inspire a muchos a seguir el camino del servicio y la enseñanza, construyendo un futuro mejor para todos.

Sobre el autor

El Dr. César Morales es Licenciado en Teología del Seminario Evangélico de Lima, Licenciado en Educación de la Universidad San Ignacio de Loyola, Magister en Teología de la Universidad Queen’s – Irlanda del Norte y Doctor en Educación de la Universidad BIOLA EE.UU.

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Paz a ustedes

Por: Pepe Mendoza

La Semana Santa siempre nos permite traer a la memoria de una manera más viva la obra monumental de nuestro Señor Jesucristo a nuestro favor. Reflexionar hoy en la muerte y resurrección de Jesucristo es posible a través del testimonio fidedigno que el Señor mismo nos dejó en las páginas del Nuevo Testamento. 

Es indudable que los escritores del Nuevo Testamento, inspirados por el Espíritu Santo, escribieron con pasión sobre unos acontecimientos tan impresionantes, no solo por los sucesos mismos, sino porque eran el cumplimiento de las profecías de la antigüedad, que se convirtieron con justa razón en el centro de su proclamación de las más grandes buenas noticias jamás oídas en favor de la humanidad. El apóstol Juan dijo: «Lo que hemos visto y oído les proclamamos también a ustedes, para que también ustedes tengan comunión con nosotros» (1 Jn 1:3). Es importante destacar que la «comunión» entre nosotros, los cristianos de todas las épocas y lugares, radica en el testimonio común transferido fielmente entre generaciones de que Jesucristo, como lo dice el apóstol Pedro, «… murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu» (1 P 3:18). No une a los cristianos su perfección, moralidad, religiosidad o impecabilidad, sino la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo, quien nos salva por gracia y no por nuestras obras. 

Ese testimonio de buenas noticias no solo es para los que todavía no conocen al Señor y su obra, sino que es un recordatorio constante del amor de Dios para los que hemos ya creído, tal como Pablo lo enfatiza al decir:

«Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:6-8).

Estamos hablando de una obra de amor inconmensurable e incomprensible. Los muertos (repito: ¡muertos!, no inconscientes, débiles o simplemente caídos) en sus delitos y pecados ahora viven (repito: ¡viven” y no con una vida cualquiera, sino con vida ¡eterna!)  por el poder de Aquel que dio su vida por nosotros, ocupando nuestro lugar y muriendo la muerte que merecíamos, para resucitar y darnos la vida eterna que no merecíamos. Esa es la razón por la que Pablo también extiende este inmenso significado para ampliarlo y decir: 

«Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas? […] Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro 8:30-32, 38).

Celebrar la Semana Santa cada año es volver a reafirmar la verdad del amor y la gracia de Dios a nuestro favor que se extiende hasta el punto de reconocer que nuestra vida ha sido radicalmente cambiada en nuestra esencia y en nuestra posición delante de Dios, porque hemos resucitado con Cristo para vivir una vida nueva. Por eso somos llamados a poner «la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria» (Col 3:2-4).

Quise recalcar toda la tremenda realidad espiritual de la culminación de la obra de Jesucristo a nuestro favor para que no dejemos que la conmemoración de un evento de tal magnitud nos encuentre  distraídos con respecto a las dimensiones de esa obra, hasta el punto de que terminemos, como la gran mayoría, simplemente aprovechando el tiempo para escapar unos días de la ciudad, o nos  dejemos llevar por la rutina simplemente para asistir a los eventos especiales que la iglesia prepara para estas fechas sin mucho ánimo y más por cumplir con un deber religioso.

Creo que el peligro de perder de vista la grandiosidad de la obra de Jesucristo también fue compartida por los mismos testigos presenciales. Los sucesos eran tan extraordinarios, tan inusuales, tan sobrenaturales y tan lejos de las expectativas meramente humanas de los discípulos, que ellos terminaron desconcertados. Él testimonio de los cuatro evangelistas no oculta ni soslaya esa realidad inevitable. La muerte del maestro fue un tremendo dolor para ellos y su resurrección fue algo realmente inesperado.

Por eso titulé esta reflexión breve con las palabras que Jesucristo dijo cuando se apareció a los discípulos, quienes, por cierto, Juan nos dice que estaban encerrados en un lugar «por miedo a los judíos» (Jn 20:19). En medio de sus temores, pensamientos contradictorios, tristezas y desesperanza, Jesús se aparece en medio de ellos, sin aviso y de forma sobrenatural, y les dice, «Paz a ustedes». La paz que Jesús afirma se evidencia dramática y claramente al mostrarles en sus manos y en su costado las huellas de su tormento mortal en la cruz. Sin embargo, las heridas que deberían evidenciar su muerte, en ese momento se convierten en la prueba suprema de que la muerte ha sido derrotada y Jesucristo vive para siempre.

No olvidemos al conmemorar esta Semana Santa que, más allá de todo lo que estemos pasando, las pruebas, victorias o los sufrimientos que estemos enfrentando, Jesucristo ha vencido a la muerte (nuestro mayor enemigo), está hoy sentado a la diestra del Padre (con todo poder y autoridad) y nos ha prometido lo siguiente: «Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que dónde Yo esté, allí estén ustedes también» (Jn 14:3). Es indudable que ahora Jesús ha completado su obra de redención, su amor por nosotros es inalterable y puede decirte a ti y a mí con absoluta propiedad una vez más:

«Paz a ustedes»
(coloca tu nombre_________)

José “Pepe” Mendoza es el Asesor Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana.

Puedes encontrar a José «Pepe» Mendoza en:

Por qué Jesús no bajó de la cruz para evitar Su muerte

Por: Matías Peletay
Fuente: Coalición por el Evangelio

De igual manera, también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: «A otros salvó; a Él mismo no puede salvarse. Rey de Israel es; que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él» (Mt 27:41-42).

Cuando Jesús estaba clavado en la cruz, en el momento de Su agonía, los principales sacerdotes y ancianos del pueblo le ofrecieron un trato tentador: si se bajaba de la cruz, es decir, si se liberaba de una manera milagrosa, ellos estarían dispuestos a creer que Él era el Cristo. La propuesta era atractiva, pues significaba evitar el dolor y conseguir que muchas personas creyeran en Él. Pero Jesús decidió quedarse en la cruz.

 

Para entender mejor esta oferta de último momento de parte de los líderes espirituales de Israel, podemos hacer un breve repaso de sus interacciones con Jesús.

Una generación incrédula

Los sacerdotes y líderes del pueblo se veían a sí mismos como los pastores del pueblo de la nación, eran los instructores que guiaban a los demás a través de sus enseñanzas. No estaban del todo equivocados. Pero el deseo de poder y la corrupción del corazón humano habían hecho que estos pastores se desviaran y desviaran al resto del pueblo con ellos. La corrupción de estos líderes espirituales se había acumulado por tanto tiempo que Dios había decidió arrebatarles su posición y pastorear Él mismo a Su rebaño (Ez 34:11-16). Dios mismo sería el pastor que los líderes debían ser, pero que no fueron.

Esta fue una de las promesas que Jesús, el buen pastor, vino a cumplir. Cuando comenzó a enseñar, los oyentes sabían que era distinto a los escribas, sacerdotes y demás líderes (Mr 1:22). Mientras más conocido era Jesús, más despertaba la envidia de los líderes espirituales de la nación. Luego del milagro tremendo de multiplicar los panes, unos fariseos se acercaron a Jesús para discutir con Él. Estos maestros de la ley exigían una señal del cielo (Mr 8:11-13). Actuaban como los jueces de la fe, como los únicos capaces de certificar si este hombre, que decía ser Dios, era realmente un enviado del cielo. Esta actitud arrogante les impedía ver las obras de Jesús a la luz del Antiguo Testamento, para entender que las promesas de Dios se estaban cumpliendo en Él.

Cuando Jesús se dirigió a Jerusalén para llevar a cabo Su plan como el Mesías de Dios, Sus palabras expresaban claramente que este plan incluía ser rechazado por los sacerdotes y principales del pueblo (Mr 8:31-32). En la ciudad de Jerusalén, Jesús fue recibido por la multitud como el rey esperado, una aclamación popular que fácilmente podría haber aumentado el resentimiento de los líderes de la ciudad. ¡Cuánto más luego de que Jesús echó a los mercaderes del templo! El escándalo era público, la autoridad de los sacerdotes y escribas era desafiada y la figura de Jesús crecía.

Por eso los sacerdotes, escribas y ancianos le salieron al encuentro para demandar explicaciones: «¿Con qué autoridad haces estas cosas, o quién te dio autoridad para hacer esto?» (Mr 11:28). Pero Jesús no les respondió. La pregunta solo tenía el propósito de censurar, de castigar y prohibir que Él siguiera enseñando y modificando las costumbres. Los líderes no estaban dispuestos a aprender o a escuchar alguna explicación de parte de Jesús.

Las señales estaban a la vista: los ciegos veían, los cojos andaban, los muertos eran resucitados y el evangelio era anunciado a los pobres (Mt 11:5-6). Las promesas de Dios, escritas por los profetas, se estaban cumpliendo ante los ojos de los escribas y fariseos, pero su corrupción no les permitía verlas. Su deseo de mantener el poder y su orgullo les impedía reconocer las señales. Una generación perversa y adúltera que exigía señales, pero que no era capaz de entender los tiempos acordes a las Escrituras.

Tal era la ceguera de su pecado, que cuando este liderazgo finalmente logró llevar a Jesús a la cruz, seguía pidiéndole señales a este hombre moribundo. Claro que lo hacían para burlarse, como lo hacía el resto de las personas que pasaban por allí, pero aún así se atrevieron a asegurar que ellos estarían dispuestos a creer que Jesús era el Mesías, si demostraba una señal poderosa y se bajaba de la cruz. ¿Puedes imaginarlo? Jesús liberándose de los clavos ante la multitud, recomponiendo Su cuerpo maltratado y castigado hasta el cansancio y revirtiendo todo Su sufrimiento para bajarse sano y sin un rasguño. Esa sí que sería una señal tremenda a ojos humanos.

¿No era esa invitación de los líderes del pueblo una buena oportunidad para demostrar que Jesús era el verdadero Hijo de Dios? ¿No se hubieran convertido los líderes de la nación y tras ellos, el resto del pueblo? A muchos de nosotros nos gustaría pensar que sí, porque es el tipo de señal y manifestación que nos gusta buscar.

Nos puede ayudar recordar la conocida parábola de Lázaro y el hombre rico (Lc 16:19-31), donde Jesús contó que el personaje rico aseguraba que si alguien de entre los muertos se levantaba y anunciaba la verdad a sus familiares, entonces se arrepentirían y serían salvos. Parece lógico. ¿Quién no creería si ve a un muerto resucitar para transmitirle un mensaje? Pero la respuesta de Abraham en la parábola fue: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levanta de entre los muertos» (v. 31). Si no creen por el testimonio de las Escrituras, la Palabra de Dios, no creerán, aunque se levanten los muertos delante de sus propios ojos. Otro Lázaro, el amigo de Jesús, fue resucitado ante la vista de muchos, pero no todos los testigos creyeron (Jn 11:45-46).

Esto mismo podríamos decir de los principales sacerdotes y escribas que miraban a Cristo en la cruz. Aunque Jesús se hubiera bajado en una manifestación de poder ante sus ojos, sus corazones habrían seguido endurecidos. ¿Cuántos milagros había hecho Jesús antes y no fueron suficientes para sus pretensiones? Los mismos líderes lo reconocieron: «a otros salvó». Sabían muy bien que Jesús era capaz de hacer cosas extraordinarias, por eso se burlaban de Su condición dolorosa y aparentemente derrotada mientras estaba clavado en el madero.

Se quedó en la cruz

Por más tentadora que parecía la oferta en términos humanos, el plan eterno de Dios era diferente. Jesús es el cordero preparado desde antes de la fundación del mundo para pagar el precio de nuestro rescate (1 P 1:18-20). La muerte de Jesús era necesaria para nuestra salvación. La crucifixión parecía una escena de derrota, pero en realidad era el triunfo de Cristo sobre el pecado de Su pueblo. Jesús estaba destruyendo la condena que pendía sobre nuestras cabezas (Col 2:14) y, en Su mismo cuerpo, borró nuestra enemistad con Dios (Ef 2:16).

Quedarse en la cruz fue la verdadera victoria, la verdadera manifestación de poder. Para mentes humanas nubladas por el pecado, Jesús era un abatido, un pobre hombre derrotado e incapaz de evitar su muerte. Un herido por Dios. Pero nada estaba más lejos de la verdad, pues Él estaba llevando nuestras enfermedades y sufriendo nuestros dolores, para que todo aquel que cree en Él tenga vida eterna (Jn 3:16).

En nuestra mirada humana, limitada y egoísta, hubiéramos pensado que bajarse de la cruz podría haber sido la mejor opción. Una demostración tan potente y pública podría haber convencido a muchos. Pero Jesús, conociendo el plan eterno del Padre, puso Sus ojos en los frutos de Su aflicción (Heb 12:2). El amor a Su pueblo lo mantuvo en la cruz; miró al resultado y a los beneficiarios de Su muerte y, entonces, soportó las burlas, el desprecio y la muerte. Se quedó en la cruz no por falta de poder, sino por el poder de Su amor.

Al final, morir por amor era el paso previo y necesario para resucitar con poder, y de esa manera consumar la redención de los Suyos.

Nuestros ojos lo vieron

Ninguno de los testigos de Su muerte pudo discernir lo que realmente estaba sucediendo. Ni los burladores que pasaban, ni los sacerdotes y escribas que le injuriaban con arrogancia, ni Sus discípulos que huyeron, ni las mujeres que le lloraron. Fue la gloria del Cristo resucitado lo que convenció a Sus discípulos de su fe y lo que les permitió entender el verdadero sentido y significado de la cruz.

Pero ¿cómo convencer a aquellos que no pueden ver con sus ojos físicos a Jesús resucitado? La respuesta está en lo que Abraham le dijo al hombre rico en la parábola que Jesús relató: «a Moisés y a los profetas tienen». El Espíritu de Dios nos muestra la gloria de Cristo en las Escrituras, en Moisés y en los profetas. Es imposible entender, ver y conocer el significado de la cruz fuera de las Escrituras y sin la ayuda del Espíritu Santo. Gracias a la iluminación del Espíritu, podemos entender cuál fue el poder que actuó en la resurrección y coronación de Jesús, y que ahora vive en nosotros si hemos aceptado la redención por la fe (Ef 1:18-19).

Al conmemorar el día de la muerte de Jesús, nosotros vemos mucho más que una cruz de dolor, como solo veían aquellos líderes espirituales de Israel. Nosotros vemos la gloria de Cristo, Su triunfo sobre el pecado y el precio de nuestro rescate.

Los sacerdotes y ancianos, ciegos en su arrogancia, se burlaron del Salvador en Su sufrimiento. Pero cuando escucharon la predicación del evangelio y el Espíritu actuó por la Palabra, muchos judíos fueron convencidos de sus pecados y respondieron con arrepentimiento y fe (Hch 2:37-39). Gracias a la predicación y al testimonio de la iglesia de Jerusalén, incluso muchos sacerdotes vinieron a la fe (Hch 6:7). Tal vez muchos de ellos habían contemplado a Cristo en la cruz y menearon la cabeza, algunos en forma de burla y otros con decepción. Tal vez se convirtió alguno de aquellos que gritaron con soberbia: «que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él».

Jesús no se bajó de la cruz, sino que se quedó por amor hasta que Su obra fue consumada (Jn 19:30), y por eso muchos sacerdotes después pudieron creer. De la misma manera nosotros creemos en Dios y hemos recibido Su perdón, porque Cristo no se bajó de la cruz, sino que se quedó allí por amor.

Sobre el autor

Matías Peletay sirve como editor en Coalición por el Evangelio. Vive en Cachi (Salta, Argentina) con su esposa Ivana y su hija Abigail, y juntos sirven como misioneros de la Iglesia Bíblica Bautista Crecer. Puedes escucharlo en el podcast Bosquejos y seguirlo en Twitter.

Retorno seguro, tarea por emprender

Por: Jose Guillermo García Martines

Se avecinan días de clases. Pronto, en algunas semanas más se producirá en algunos de nuestros países, el retorno de los infantes, de adolescentes, de los “profes” y de los padres y madres a la escuela; a los horarios, reglamentos, reuniones y demás responsabilidades que ello conlleva. 

El retorno a las aulas, marca el inicio de un nuevo periodo escolar que está pleno de emociones por parte de los estudiantes que van a un grado nuevo, nuevas amistades posiblemente, así como, deberes importantes como aprobar el año de estudios.  Por parte de los padres, también hay grandes emociones, “mis niños, niñas ya vuelven a su segundo hogar, aprenderán mucho” pero estas se mezclan con preocupaciones … la lonchera, los útiles, el uniforme, la matrícula, y cuantas otras cosas rodean al reinicio de convivencia escolar. Por su lado, los maestros, vienen con sus reflexiones, sus desafíos, sus compromisos, expectativas y sueños,  de que este año escolar será mejor que el anterior. 

Volver a las aulas, nos permite apreciar diversas formas de enfrentar el momento, para algunos es el momento de volver a la rutina de actividades ya repetidas en los años de labores, para otros, será el tiempo del reencuentro, del intercambio de experiencias vacacionales, de momentos vividos intensamente.

Continuaré este artículo, enfocándome en la labor del docente. En el artista, el estratega, el mentor, el facilitador de experiencias de aprendizaje; el consejero, mi coach, mi amigo!; en aquella persona, que desde semanas antes de este momento de reinicio, ya empezó el año escolar. Después de la algarabía de las celebraciones navideñas, del inicio de un venturoso año nuevo y algunos días de recreación con sus familiares; de pronto, ya se inscribió en un nuevo curso de capacitación, para implementar nuevas estrategias de enseñanza en su desempeño en el aula; asimismo, ya se recorrió las tiendas y mercados donde se promueven los materiales para enseñar; volvió a casa con muchas ideas, con cartulinas, papeles de colores, tijeras y demás insumos para… preparar sus  materiales didácticos y por último, pero no por ello menos importante, ha visitado la librería, buscado libros con valores, mejor de índole cristiana y con grandes verdades para encantar a sus peques y joviales adolescentes.

Los maestros, las maestras que tienen una cosmovisión cristiana, que saben que desarrollan una labor para la eternidad, no pueden pensar en todas estas actividades si no han conversado con su creador, sino han revisado una y otra vez los consejos sabios de las Sagradas Escrituras para relacionarlas con sus materias escolares, si no han empleado una parte de su tiempo en alabarle y agradecerle por sus misericordias y maravillas, por su escuela, por sus estudiantes, sino están comprometidos con un curso bíblico y pasando la experiencia de ser alumnos.

Hermanas maestras y hermanos maestros, para un retorno a clases y “colocar nuevamente nuestras manos en el arado de Dios, en la escuela” (Luc.9:6) debemos tener presente algunos propósitos importantes:

    1. Debe tener una cosmovisión bíblica muy clara y entendible para compartir y desarrollar esa misma en sus alumnos. Salmo 78- Contémosles las maravillas de la creación de Dios para que conozcan su verdad y guarden sus mandamientos. Enseñemos el propósito de la muerte de Jesús en la cruz, demos a conocer la misericordia de Dios al proveernos a Jesús como nuestro Salvador y Señor. 
    2. Debemos prepararnos bien, para hacer bien nuestro trabajo. Colosenses 3:23 Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres. Un docente debe conocer nuevas formas de enseñar, de evaluar los aprendizajes, desarrollar habilidades para motivar, interrogar; ser un modelo de constancia, resiliencia. Emplear las nuevas tecnologías para presentar mejor su mensaje, etc.  No olvidemos somos modelos ante los ojos de padres e hijos. Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; 2Co. 3:2 
    3. No nos conformemos con lo que encontramos en este mundo, renovemos nuestra enseñanza con principios de la Palabra de Dios, permitamos que Dios nos transforme y comprobemos su agradable y perfecta voluntad. Romanos 12:2  Este pasaje nos refiere el consejo de Pablo a los recientes  hermanos romanos, les hace ver que la violencia, la inmoralidad, la adoración a otros dioses, la liberalidad en su pensamiento dominaba en esa región en esos pobladores; pero, ahora que conocían a Cristo, que le seguían era imprescindible abandonar esas prácticas y renovarse en su pensar, en su actuar y aun en su hablar que Jesús les había enseñado. De la misma manera maestro, maestra, desechemos la ideología que trastoca lo establecido por Dios como por ejemplo, la familia, constituida por papá, mamá e hijos; no hay otra forma; o también, la idea de que debemos agradecer a la “madre tierra” o en relación al nacimiento de Jesús, papa Noel es el abuelito de la navidad y otros casos mas…Colegas tenemos mucho que enseñar, estudiemos a fondo las Sagradas Escrituras. 
    4. Preparemos actividades, en el tiempo inicial del retorno, de poder conocer a nuestros alumnos. Dios nos ha creado únicos e irrepetibles, con talentos valiosos que podemos usar para servir a Dios y a nuestro prójimo. Por ello cada maestro debe conocer a sus alumnos, que características tienen y cuáles son sus necesidades para formarlos debidamente. Nuestros alumnos tienen, como nosotros los adultos, estilos y ritmos de aprendizajes, lo que hace necesario que generemos ambientes, estrategias, enfoques metodológicos que les permitan desarrollar sus destrezas y habilidades y lleguen a ser capaces y competentes. Un hábil carpintero emplea la madera recta para hacer varas, la madera curva para hacer ruedas. Las que son largas, para hacer vigas y postes. Asimismo un hábil profesor, sabe encontrar en cada alumno una vida creada para alabar y servir a Dios, desarrollemos su potencial y serán de gran bendición para nuestra sociedad. 
    5. Recordemos tres principios importantes para el nuevo año escolar: Recibamos la instrucción de la Palabra para enseñar; laboremos conscientes del actuar del ES en nuestras vidas y tengamos a la oración como la herramienta para conversar con nuestro amado Señor y equiparnos con estrategias, innovaciones y gozo de enseñar

Finalmente, les comparto la respuesta a una pregunta que manifestó el Pastor y también director de una escuela cristiana en República Dominicana, Lester Flaquer, en una entrevista ¿Qué consejos daría a un profesor que desea ser fiel a su vocación en medio de una cultura secularizada? El dijo: El consejo más importante sería éste: compra la verdad y no la vendas, tal como nos enseña el evangelio… 

La respuesta es desafiante para cada maestro, Estamos en un mundo que no está simplemente secularizado, sino que además es agresivo con sus posturas. 

Debemos desarrollar en nuestros estudiantes una mente muy clara, respecto a lo Dios llama bueno y malo. Estamos rodeados de eventos, invitaciones y practicas seculares muy atractivas pero que niegan y desconocen al Creador, y muchos de nuestros estudiantes que no tienen argumentos sólidos para decir que NO a estas, caen rendidos, atraídos cual mosca en la telaraña, de una serie de mentiras que el mundo cree y hasta defiende.  1 Pedro 1:14, 15

 Reitero…colegas, tenemos mucho que formar, educar en las vidas de nuestra “manada pequeña” que nos ha dado Dios en nuestra aula. Luc. 12:32

Un abrazo

José Guillermo García Martínez

Maestro cristiano desde la niñez
Docente de Secundaria: Área Comunicación
Ex director del Colegio San Andrés
Ex director del Elim, Centro de Lima