Cómo desarrollar el bosquejo de un sermón

Por: JONATHAN BOYD
Fuente: Coalición por el Evangelio

Recuerdo algo que me pasaba cuando no tenía mucha experiencia en la predicación. Estudiaba el pasaje profundamente y lograba escribir la idea central del sermón con algunos encabezados sólidos.

Me sentía feliz con eso, pero después me bloqueaba y me preguntaba: ¿Qué hago ahora? ¿Cómo desarrollo este bosquejo? En ese entonces, escribía en papel el sermón y esos espacios blancos entre los encabezados me angustiaban.

Gracias al Señor, eso cambió cuando estudié con Elvin K. Mattison en el seminario Faith Baptist Theological Seminary. Él tenía un doctorado en comunicación y había estudiado la retórica por muchos años. Mattison nos ofreció un método fácil de aprender, presentado como el proceso retórico, el cual sirve para ponerle “carne” al bosquejo de cualquier sermón expositivo.

Un poco de teoría

En su libro Retórica, Aristóteles explica lo que es sentido común sobre la comunicación: la efectividad de cualquier discurso depende del carácter del orador (ethos), la lógica o el razonamiento de lo que se dice (logos), y de las emociones que sienten los oyentes al escuchar (pathos).[1]

El proceso retórico nos ayuda a tener un equilibrio entre los tres elementos que menciona Aristóteles. Nos permite mantener la atención de la audiencia y llevar a cada oyente a la aplicación de la Palabra de Dios para que sea un hacedor de ella (Stg. 1:22).

Los pasos del proceso retórico

Ahora señalaré brevemente los pasos del proceso retórico y después daré un ejemplo de cómo lo podemos usar. Cuando ya tengo la idea central del sermón y los encabezados escritos en el bosquejo, pongo los siguientes puntos debajo de cada encabezado:

A. Observación
B. Interpretación
C. Ilustración
D. Aplicación
E. Exhortación

Estos son los cinco pasos del proceso retórico. Ahora, ¿cómo los desarrollamos?

Un ejemplo con Romanos 8:18-25

Ilustraré el proceso retórico utilizando uno de mis sermones del libro de Romanos. La idea central del sermón era: “Debemos esperar con ansias la gloria futura”. Hablé de tres razones para esperar con ansias esa gloria y así desarrollé la primera:

I. Porque la gloria futura es muchísimo mejor que las aflicciones presentes (v. 18)

A. Observación:

El primer punto del proceso retórico es la observación. Esto concuerda con una buena hermenéutica  en donde tenemos que observar antes de interpretar. En la prédica como tal, primero no leo el encabezado del punto, sino que digo algo así: “Hermanos, vamos a ver la primera razón por la cual debemos esperar con ansias la gloria futura. Lean conmigo el versículo 18”. Leo el versículo y solo después digo el encabezado. ¿Por qué? Porque quiero que mis oyentes vean primero la Escritura y de dónde surge el encabezado. No nace en mi mente, sino que surge del texto de manera natural.

Entiendo que algunos predicadores excelentes pueden leer un encabezado primero y después explicar de dónde lo sacaron, pero me parece más fiel al texto hacerlo de la manera que explico aquí. Con respecto a la retórica, también reforzamos nuestra credibilidad (ethos) cuando la audiencia puede ver de dónde vienen nuestras ideas.

Este paso dura poco tiempo pero es importante. Si el pasaje es más largo, se puede leer el versículo más importante o todos los versículos relacionados con el encabezado. Lo importante es que la audiencia vea el respaldo bíblico para el encabezado.

B. Interpretación:

Aquí empiezo a interpretar el texto bíblico relacionado. En mi sermón sobre Romanos 8, expliqué qué significaba para Pablo “los sufrimientos de este tiempo presente”, especialmente con referencia a las dificultades que menciona en 2 Corintios 11:23-28.

Por supuesto, los elementos de la interpretación de cada encabezado serán diferentes. Tratamos temas como los contextos histórico y literario, el significado de las palabras, pasajes paralelos, y gramática, entre otros. De los cinco puntos del proceso retórico, este es que el requiere más tiempo.

En términos de retórica, este paso tiene mucho que ver con el componente lógico (logos). Nuestra interpretación debe ser razonable y coherente, lo cual hará que el sermón sea más persuasivo en cuanto dependa de nosotros.[2]

C. Ilustración:

Después de interpretar el pasaje, comparto una ilustración para iluminar el contenido del paso anterior. Otros han escrito sobre la importancia de las ilustraciones o cómo encontrarlas. Por eso no hablaré mucho sobre eso aquí.

Las ilustraciones contribuyen al poder retórico del sermón porque ayudan a la audiencia a entender mejor las verdades expuestas (logos) y también fomentan un ambiente emocional propicio (pathos) para que el Espíritu obre.

En el sermón que prediqué hablé de los atletas de alto rendimiento, y cómo perseveran en medio de la aflicción de los entrenamientos porque esperan la gloria de una victoria. Si ganarse una medalla de oro es glorioso, imagina la gloria venidera que nos espera como cristianos si perseveramos como Dios quiere.

Si usamos ilustraciones con las cuales la audiencia puede relacionarse, nuestra credibilidad (ethos) aumenta porque los oyentes ven que no pasamos todo nuestro tiempo metidos en los siglos pasados, sino que podemos relacionar las verdades eternas de la Palabra a la vida cotidiana en el siglo XXI.

D. Aplicación:

Después de la ilustración, comparto algunas aplicaciones. La aplicación de las Escrituras surge fácilmente de una buena ilustración. Es más, en muchos casos la misma ilustración pasa directamente a una aplicación concreta de la verdad estudiada.

Quizás algunos creen que solo el Espíritu Santo debería aplicar la Palabra, pero Jesús (p. ej. Mt. 5:27-29) y Pablo (p. ej. Ef. 4:25) nos enseñan que debemos presentar aplicaciones específicas de los principios generales que enseñamos.

Así que es indispensable ofrecer aplicaciones claras a la congregación. Como decía un profesor de consejería bíblica: no crecemos espiritualmente en “un mundo borroso de ideas abstractas”, sino que crecemos cuando aplicamos concretamente la Palabra de Dios. No podemos mencionar aplicaciones específicas para cada oyente, pero sí podemos dar ideas que ayuden a todos a pensar en cómo aplicar el pasaje.

Algunas preguntas que pueden ayudarnos a proveer aplicaciones son las siguientes:

  • ¿Cómo aplicaría esta verdad a personas de diferentes edades?
  • ¿Cómo aplica esta verdad a los no creyentes?
  • ¿Cómo aplica a personas de diferentes niveles de madurez espiritual?

He escuchado prédicas en las cuales ninguna aplicación aparece hasta la oración final y creo que eso es lamentable. Al usar el método retórico incluiremos diferentes aplicaciones en cada sección del sermón. Creo que esto contribuye a los tres aspectos del triángulo retórico porque muestran que el predicador entiende cómo la verdad de Dios puede plasmarse en la vida de la congregación (ethos); las aplicaciones se conectan con las emociones de la congregación (pathos) y apoyan la lógica de la prédica (logos), ya que si entendemos cómo aplicar un pasaje entendemos mejor su significado.[3]

E. Exhortación:

Si la predicación es hablar “de parte de Dios y delante de Dios”, como dice Sugel Michelén, no podemos dejar a un lado la exhortación. Entiendo la exhortación de una manera amplia. Toma múltiples formas: el predicador anima, advierte, consuela, o hasta ruega (2 Co. 5:20).

A veces no incluyo la exhortación en todos los encabezados, pero la pongo inicialmente en el bosquejo hasta determinar si voy a incluirla o no en esa sección de la prédica. De todas maneras, es imprescindible incluirla al final del mensaje. Toda prédica debe llevar a la audiencia a responder ante la Palabra. Como Elías, debemos exhortar a los oyentes a tomar una decisión clara (1 R. 18:21).

En este paso, la audiencia debe poder ver nuestra pasión por la gloria de Dios y su evangelio. Las emociones (pathos) bien dirigidas por la verdad de Dios (logos) son legítimas y buenas. Conocer al Señor Jesucristo produce gozo y esto debe palparse en la predicación. Si los oyentes salen de la reunión pensando que han escuchado una buena lección de historia o interpretación bíblica, no hemos logrado el propósito principal de la predicación porque la predicación verdadera apunta a la transformación espiritual de los oyentes a través de la salvación y la santificación (Rom. 11:33-12:3). La vida transformada del predicador le da credibilidad (ethos) para exhortar a la audiencia.

Espero que este proceso retórico pueda ayudarte en la predicación expositiva para la gloria de nuestro Dios, la santificación de los creyentes, y la salvación de los que no conocen a nuestro Salvador.


[1] Sobre el cristiano y la filosofía, véase: ¿Por qué estudiar filosofía?
[2] Solo el Espíritu Santo puede efectuar cambios espirituales en los oyentes (Jn. 16:8-11). Sin embargo, la buena organización del sermón apoya su obra.
[3] Michelén, S. (2016). De parte de Dios y delante de Dios: una guía de predicación expositiva. Nashville, TN: B&H Español. Cap. 12. Loc. 2928. Edición de Kindle.

Sobre el autor

Jonathan Boyd es misionero con ABWE (Association of Baptists for World Evangelism) y uno de los pastores en la Iglesia Cristiana Bautista Impacto Bíblico, en Santa Marta, Colombia. Es casado y padre de cuatro hijos. Tiene dos maestrías de Faith Baptist Theological Seminary (Ankeny, Iowa, Estados Unidos) y una de la Universidad de Birmingham (Reino Unido). Puedes seguirlo en Twitter @Joncolombia75.

El Rincón del Predicador: Cinco excusas frente al llamado

Fuente: Desarrollo Cristiano Internacional

Bosquejo de sermón

Compartido por: Marco Vega, pastor de Vida Abundante del Sur, San José, Costa Rica

Texto bíblico: Éxodo 3 y 4

Contexto

Moisés llevaba cuarenta años viviendo en el desierto. La vida de lujo y privilegios disfrutada en Egipto había quedado en el olvido. Ahora no era más que un simple pastor nómade, sin ambiciones ni sueños. No obstante, el Señor lo había seleccionado para que cumpliera una delicada tarea: volver a Egipto para que pidiera al hombre más poderoso de la tierra, el faraón, que dejara volver al pueblo de Israel a su tierra de origen. Para comunicarle este mensaje el Señor se le apareció en una zarza que ardía sin consumirse.

 

Introducción

Vivimos en el mundo de las excusas. Una excusa por lo general esconde una verdad que no queremos afrontar. De las cinco palabras que utiliza el Nuevo Testamento para referirse al pecado, la que más me llama la atención es «hamartía». Significa: fallar en ser lo que nos habría sido posible y teníamos la capacidad de ser. En la Biblia y la historia de la Iglesia encontramos decenas de ejemplos del llamado de Dios. Del mismo modo abundan las excusas que los llamados presentaron para negarse al pedido del Señor. En este sentido, Moisés no representa una excepción a lo que, por regla general, ha sido la respuesta más típica del ser humano.

 

  1. Un llamado radical (Éxodo 2.2–9)

El llamado de Dios puede relacionarse con algunos de nuestros hechos del pasado y que, quizás, revela que él ha inquietado nuestro corazón desde hace tiempo. Moisés había intentado, con herramientas humanas, hacer justicia por un solo judío. Ahora, el Señor lo llamaba a liberar a todo un pueblo. Para lograrlo deberá renunciar a la vida cómoda y predecible que lleva en el desierto, y a su entendimiento de lo que le falta para emprender semejante tarea; para esto, deberá sumarse a la forma que tiene el Señor de llevar a cabo sus obras. Esta renuncia es esencial para responder al llamado, pues el Señor dirige solamente a aquellos que han dejado todo atrás.

 

  1. La excusa de la insignificancia (Éxodo 3.11)

«Pero Moisés le dijo a Dios:

—¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?»

La respuesta instintiva del que recibe el llamado es a mirar lo que él es, para ver si está a la altura de la tarea que se le demanda. En la mayoría de los casos de la Biblia las debilidades y los fracasos de la persona relucían de tal manera que se veían como poco aptos para la misión. Aunque Moisés había pasado cuarenta años en el desierto, aún carecía de claridad sobre su identidad en Dios. En Egipto había creído que poseía sobradas aptitudes para liberar a sus hermanos. Ahora, había perdido la confianza, en parte porque había convertido el desierto, el medio para su transformación, en el fin de su existencia. Ya no le apetecía una vida de desafíos y sobresaltos.

El apóstol Pablo afirma, en 1 Corintios, que el Señor escoge lo vil y despreciado del mundo para glorificar su nombre. Es por esto que los Doce con frecuencia despertaban el desprecio de los líderes religiosos de su época, porque eran hombres sin letras ni formación.

La respuesta de Dios (Ex 3.12) revela que no es la aptitud del enviado lo que importa, sino la compañía del que envía.

 

  1. La excusa de la incredulidad (Éxodo 3.13)

«—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”»

En la primera excusa duda de su propia identidad. Ahora, duda de la de Dios; y no me extrañaría que tal carencia de claridad proviniera de su falta de comunión íntima con el Señor. Quien ha conocido a Dios en la intimidad de la comunión —porque Dios es todo para esa persona— no duda del poder y la majestad del Señor cuando él lo llama. No obstante, Moisés entendía que esta falta de conocimiento constituía un verdadero obstáculo para su misión, porque nadie puede representar a una persona que no conoce.

La respuesta de Dios está contenida en Éxodo 3.14–18. El Señor no solo revela que existe una dimensión eterna y que esta impone un límite al alcance de nuestro conocimiento de él, sino que también muestra que lo irá conociendo en la medida que caminen juntos. Le anticipa que la victoria que le concederá aunque exija trabajo, porque el faraón no querrá soltar al pueblo. La victoria, sin embargo, ya se la ha concedido. Los procesos por los que alcanzará esa victoria son apenas un detalle de la historia.

 

  1. La excusa del rechazo (Éxodo 4.1).

«—¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: “El Señor no se te ha aparecido”?»

Moisés no ha olvidado que, en su primer intento por ayudar a los judíos, estos le dieron la espalda. Conoce el corazón de sus hermanos y no duda de que ahora ocurrirá lo mismo. ¿Cuál es el sentido de embarcarse en una misión que no dará resultados? Pareciera que Moisés no ha registrado que Dios le ha garantizado un desenlace exitoso para la misión. Las dudas que asaltan nuestra fe por lo general las motiva precisamente este error: la incapacidad de atesorar lo que Dios ha hablado a sus hijos.

La respuesta de Dios en 4.2–9 le permite a Moisés echar mano de algunas herramientas que le darán un mayor respaldo frente al pueblo. Un líder no debe olvidar nunca, sin embargo, que la mayor autoridad en su vida procede de la intensidad de su comunión con Dios. Tiempo más adelante, cuando Moisés descendía del monte, los israelitas se llenaron de pavor porque su rostro resplandecía por haber estado en la presencia del Altísimo (Éx 33.11).

 

  1. La excusa de la incapacidad (Éxodo 4.10).

«—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra—».

Pareciera que Moisés ignorara que habla con alguien que sí lo conoce. Se siente en la obligación de explicarle que sufre una discapacidad a la hora de hablar, como si este detalle se le hubiera escapado al Señor. La historia del pueblo de Dios abunda en personas carentes de la capacidad de llevar adelante la tarea a la que se les ha llamado. Sin duda, Moisés conocía la obra extraordinaria del Señor en Abraham y Sarah, cuya esterilidad les impedía concebir hijos. También sabría de las experiencias de Jacob y José, que arribaron a lugares de autoridad por los caminos más extraños.

La respuesta de Dios (Éx 3.11) ubica a Moisés frente al creador de todo, como lo es también de su boca, su lengua, su paladar. El Señor, soberano sobre todas las cosas, también decide mostrar su gloria a través de un hombre que no es elocuente a la hora de hablar.

 

  1. La excusa de la lógica (Éx 4.13)

«—Señor —insistió Moisés—, te ruego que envíes a alguna otra persona».

Cuando Moisés acaba de enumerar sus propias dudas sale a la luz el verdadero problema: sencillamente no quiere ir. No quiere dejar el lugar ni la vida donde está. Todas sus excusas no eran más que una cortina para «esconder» esta realidad que no quería afrontar.  Su último pretexto se basa en la lógica y la razón. «La verdad, ¡hay gente mejor que yo, más santa, más preparada, más capacitada, menos pecadora, con más fe, con más experiencia!» El Señor, sin embargo, no escoge según nuestros criterios de quién es apropiado, sino los de él. En el fondo, es precisamente la debilidad del siervo la que permite que el poder de Dios se manifieste en toda su gloria.

Con su respuesta Dios (Éx 4.14) deja en claro que su paciencia tiene un límite. Nuestras interminables excusas pueden encender su ira.

Conclusión

La voluntad de Dios prevaleció y Moisés terminó representando los intereses del Creador del universo ante el faraón. Recorrió un camino con muchas luchas, pero fue testigo de una de las más asombrosas victorias operadas por el Señor en favor de su pueblo. Al final, porque se animó a creer al Señor, se convirtió en uno de los profetas más distinguidos de la historia de Israel.

Agustin de Hipona

UN TEÓLOGO AL SERVICIO DEL REINO: AGUSTÍN DE HIPONA

¿Sabía usted que…

  • las Confesiones de Agustín constituyen la primera autobiografía que jamás se haya escrito?
  • en su hogar, Agustín animaba a la conversación en la mesa, pero tenía terminantemente prohibido que se hablara negativamente de personas ausentes?
  • Agustín escribió más de 1.000 obras, incluyendo 242 libros, y esto ¡cuando no existían máquinas de escribir ni computadoras!
  • durante su juventud, Agustín armaba los discursos para el Emperador Romano?
  • mientras aún vivía, un grupo de cristianos en Francia propuso que se incluyeran sus escritos en las Sagradas Escrituras? Persistieron con esta idea durante más de cien años.
  • Agustín fundó una orden monástica para mujeres, pero no aceptaba hablar con ninguna salvo que otros estuvieran presentes?
  • cuando se formaron las grandes universidades en el siglo XIII, el programa que implementaron era prácticamente el mismo que Agustín había propuesto, ¡ochocientos años antes!

Breve reseña de su vida

Poseedor de una mente brillante, Agustín es considerado, luego del apóstol Pablo, el más grande pensador cristiano en la historia de la Iglesia. Sus obras tuvieron una extensa y prolongada influencia sobre la Iglesia, la cual, en algunos casos, persiste hasta el día de hoy. Nació hace más de 1.600 años, en la pequeña ciudad de Tagaste, al norte de África. Su madre, una apasionada seguidora de Cristo, impactó profundamente su vida.

Por medio de un gran sacrificio, por la pobreza de la familia, Agustín pudo tener acceso a una experiencia educativa que despertó su intenso interés en los temas centrales de la vida. Durante su adolescencia tomó una concubina (una práctica muy común en la época), con la cual llegó a tener un hijo antes de haber cumplido los 18 años. Agustín deseaba una respuesta para sus preguntas acerca de la existencia del hombre, pues las propuestas espirituales de su madre no le satisfacían. Esto lo llevó a un romance con las diferentes corrientes filosóficas de la época, mientras se desarrollaba como maestro de oratoria.

Sus ambiciones y talentos le abrieron las puertas para viajar, primero a Cartago, y luego a Roma, donde rápidamente se hizo notar entre las personas de la alta sociedad. Ahí se ganó el respeto de los más poderosos funcionarios del imperio y, al poco tiempo, fue propuesto como asesor para el emperador mismo, quien residía en Milán. Fue en esta ciudad donde conoció al más reconocido obispo de la época: Ambrosio, un hombre de carácter fuerte, reconocido por sus habilidades como predicador y que pronto impactó la vida del joven.

Este hombre sentía un profundo rechazo por su inmoralidad sexual y falta de dominio propio. Un día, estando solo en un jardín, escuchó una voz que le decía: «toma, lee». Abrió la Biblia y se encontró frente al pasaje de Romanos que dice «no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne» (13.13 y 14). Fue la Palabra que estaba buscando, y entregó su vida a Cristo. Al poco tiempo él y su hijo fueron bautizados por el propio Ambrosio.

Retornó a África, donde se rodeó de una comunidad monástica, mientras se dedicaba al estudio y la enseñanza de la Palabra. No habían pasado tres años cuando, por demanda popular, fue ordenado como presbítero mientras visitaba el puerto de Hipona. Cuatro años más tarde, ante la insistencia del obispo de la ciudad, fue nombrado también obispo. Un año más tarde quedó solo con esta responsabilidad, pues su colega falleció. Ocupó este cargo hasta su muerte, a los 76 años de edad.

Agustín se rodeó de un grupo de pastores a quienes formó, muchos de los cuales llegaron a ser de gran influencia en la Iglesia. Dedicó también mucho esfuerzo a la enseñanza y la definición de la doctrina de la iglesia y llegó a ser reconocido como el más notable maestro de la época. Gracias a su presencia en Hipona, la ciudad se convirtió en el centro de pensamiento cristiano del imperio romano.

Pocos años después de haber llegado a Hipona, Agustín publicó su libro Confesiones, en el cual relata la historia de su búsqueda espiritual y su posterior conversión. Más que un relato, sin embargo, constituye un brillante análisis de los problemas que enfrentan al hombre caído.

El saqueo del Imperio Romano, a manos de los bárbaros, produjo acusaciones de que el cristianismo era culpable del desastre ocurrido, pues se creía que era una muestra de la ira de los dioses romanos. La respuesta de Agustín, publicada en veinte tomos, es su obra más famosa, La ciudad de Dios. En ella se encuentra una extraordinaria exposición de la historia del ser humano y de los temas principales que afectan su vida espiritual. Se le considera una de las más grandes obras literarias de todos lo tiempos.

Principios dignos de imitación

  • Un buen líder nunca debe dejar de lado la responsabilidad de formar otros líderes.
  • A pesar de ser uno de los más profundos pensadores en la historia de la Iglesia, Agustín poseía la capacidad de enseñar con sencillez y claridad los principios eternos de Dios.
  • Un agudo intelecto puesto bajo el señorío de Cristo puede ser de enorme bendición para el pueblo de Dios.
  • Agustín poseía la inamovible convicción de que la Iglesia debe ejercer una influencia sobre la sociedad en la cual se encuentra.
  • La Palabra de Dios debe ser aplicada a los problemas más candentes que enfrentan la sociedad en que vivimos.
  • Un buen maestro es esforzado en el estudio cuidadoso de la Palabra.
  • Agustín frecuentemente admitía en sus escritos que existían temas sobre los cuales no tenía ninguna comprensión. De esta manera, demostró una gran humildad, a pesar de su privilegiada mente.

 

© Apuntes Pastorales, Volumen XXI, Número 2

 

Usado con permiso de Desarrollo Cristiano Internacional
Fuente: http://desarrollocristiano.com/un-teologo-al-servicio-del-reino-agustin-de-hipona/