CUANDO EL SERVICIO DEPRIME (SEGUNDA PARTE)
¿Cómo ministra el Señor a Elías en esta situación? Es hermoso ver que el Señor no impide en ningún momento que su siervo viva la paradoja de su humanidad. No interviene para evitar que experimente la perplejidad y la ambivalencia de su condición. Todo lo contrario: lo deja vivir su humanidad. No sale al encuentro de Elías en su versión mejorada sino en la versión real. No impide que viva su crisis, pero lo sigue y lo acompaña en medio de ella.
El cuerpo, primero
¿Cuáles son algunas de las iniciativas del Señor para ayudar a su siervo? En primer lugar, lo atiende en sus necesidades elementales. Un ángel despierta al profeta y le indica: «come». Observamos que la instrucción no es: «traga». Le pide que coma. Una de las adicciones de la persona deprimida puede ser a la comida, pero a comida que no nutre. Aquí, en cambio, el acto de comer está controlado, orientado. Luego lo deja dormir; pero sólo un rato, y lo vuelve a despertar para pedirle nuevamente que coma, porque necesita fortalecerse.
Cuando me hundo en la realidad y descubro la paradoja de mi humanidad, compruebo que soy igual o peor que los demás. ¡Qué sabio es el Señor! Al ministrar a Elías, empieza a colocar fronteras en el descalabro emocional de su siervo. Su objetivo es fortalecerlo, pero, al mismo tiempo, dejarlo que termine de vivir su crisis. Tal como ha señalado alguien, es preciso mantenernos en una crisis el tiempo suficiente hasta sacar beneficio de ella.
El Señor le ordena a Elías: «Come, porque te queda un camino largo, cuarenta días y cuarenta noches». Lo fortalece, pero lo deja vivir días largos y tediosos, días de tremenda soledad.
Regreso a Horeb
Elías hizo lo que hubiera hecho la mayoría de nosotros. Se dirigió a Horeb, al monte de Dios. «Se levantó, pues, y comió y bebió, y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios». (1Re 19.8)
¿Qué representa este monte para el profeta? Representa lo único que Elías sabe manejar, lo que le resulta familiar. El monte de Dios es para Elías el símbolo del éxito. Significa poder, espectacularidad, despliegue de gloria. Allí es a donde quiere retornar: a lo que le provee seguridad.
Fuera de ese sitio, Elías no puede vivir. A menos que esté controlando la situación y manejando poder, Elías se desarma. Necesita estar constantemente en la cumbre, porque es incapaz de vivir en el valle. Por eso busca aquello que puede manejar, una espiritualidad que le permite sentirse cómodo y seguro. El Señor simplemente lo deja llegar.
Elías, examinado
Luego se produce un hermoso diálogo entre el Señor y su siervo. Es casi como si golpeara a la puerta de la cueva. Elías sale… «¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí, Elías? He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1Re 19.10).
Aquí se nos insinúa la raíz de la depresión del profeta. ¿Qué es lo que realmente ha causado su depresión? Ya se nos ha anticipado algo en el versículo 4, cuando el profeta anunció que deseaba morirse, añadió una frase muy reveladora: «pues no soy yo mejor que mis padres». El profeta había tomado como punto de referencia el nivel de otros y se había propuesto superarlos. Me propongo ser mejor que otros y pongo todo mi empeño en alcanzar esa meta. Pero cuando me hundo en la realidad y descubro la paradoja de mi humanidad, compruebo que soy igual o peor que los demás.
Por mi parte, crecí convencido de que si cada evangélico compartía la fe cristiana con otra persona, en veinte años este mundo estaría evangelizado y transformado.Con cuánta frecuencia, cuando reemplazamos a alguien o cuando ocupamos un nuevo puesto, prometemos: «Conmigo va a ser distinto; estas situaciones no van a pasar». Pero cuando sale a la luz la paradoja humana, nuestra verdadera humanidad, entonces caemos en la depresión: «No soy mejor que aquel hermano que cayó en adulterio; no soy mejor que el hermano que mintió. He sido peor, Señor. Ahora que realmente descubro quién soy, quítame la vida. No quiero vivir».
En el versículo 10, el profeta expresa algo más: «He sentido un vivo celo por Jehová». Pero el Señor no se muestra impresionado ante sus palabras. Dios no lo aplaude: «Bravo, Elías, eso es lo que quiero». Lo escucha; sí, lo escucha pacientemente.
Limitaciones
¿Qué es lo que expresa Elías en su declaración? «Señor, mi celo no ha transformado la realidad. Yo creía que con todo el despliegue de poder y espectacularidad que me permitiste ver y realizar, todo el mundo iba a caer de rodillas; pensé que los falsos profetas se iban a convertir y Jezreel se iba a arrepentir de su pecado. Pero nada de eso ha pasado. Mi celo por ti no ha transformado la realidad. ¡Tanto despliegue de poder, para nada!»
Elías está frustrado y agrega: «Señor, sólo yo he quedado». En otras palabras: «Todo lo que hice no ha producido un verdadero cambio. Para colmo, nadie saca la cara por mí ahora que estoy en problemas». «Señor», —insinúa Elías— «yo creía que me estaba asegurando un futuro, quizás un pequeño pedestal; ahora resulta que me buscan para matarme. Estoy derrumbado; tengo derecho a estar deprimido».
¡Como para no deprimirse! Todo nuestro celo evangelizador no ha impedido que avance el deterioro de la humanidad y aumente la corrupción en nuestro país. Por mi parte, crecí convencido de que si cada evangélico compartía la fe cristiana con otra persona, en veinte años este mundo estaría evangelizado y transformado. Pero no ha ocurrido así. El mundo está peor, no mejor. Cuando tomé conciencia de ese contraste caí en una crisis; me deprimí, porque las bases en las que había asentado mi fe se derrumbaron.
Es similar a lo que nos pasa cuando llegamos a la edad en que debemos jubilarnos. Tendemos a pensar: Tanto trabajar, tanto renegar, tanto esfuerzo en la vida, y ahora, apenas una mísera pensión. Eso deprime.
Dios, impredecible
Elías plantea su situación y expresa sentimientos. En ningún momento interviene el Señor para corregirlo: «Momentito, Elías, estás equivocado, déjame recordarte algo. Ahora me toca reprenderte».
¡Qué sensibilidad la de nuestro Señor! ¡Qué maestro en el arte de escuchar! «Elías, ven, sal fuera». En su magnanimidad, el Señor le da una nueva percepción de Su grandeza.
En primer término, sopla un fuerte viento. ¡Qué poderoso huracán! ¡Rompe las rocas! Pero Jehová no está ahí. Luego viene un terremoto. ¡Qué tremendo impacto! Pero Jehová no está ahí. Tras el terremoto, un fuego. Elías está familiarizado con la manifestación del fuego. Para él, fuego y Jehová son sinónimos, terremoto y Jehová van de la mano, viento tempestuoso y Jehová son análogos.
El profeta estaba familiarizado con las manifestaciones grandiosas del poder de Dios. Pero ahora el Señor le advierte al profeta: «Elías, no estoy ahí» De pronto se oye un silbido apacible y delicado y Elías reconoce en él la presencia del Señor (vv. 11–12).
El siervo de Dios debe reconocer que el Señor actúa de muchas maneras.Elías se cubre el rostro y sale de la cueva. Otra vez ha reaccionado su humanidad: esconder el rostro. No acepta esta revelación del Señor. El Señor quiere advertirle a Elías: «Soy el mismo que se manifestó antes en el monte; soy el mismo que se expresó en otro momento a través del terremoto, el fuego y el viento. Pero no me pongas un rótulo, Elías; no me reduzcas a lo espectacular. No me encierres en una fórmula manejable. Si quieres madurar, hijo mío, tienes que ir acostumbrándote a que soy más que cualquier definición. Tienes que aceptar que también hablo a través de lo inesperado, de lo silencioso, de lo sutil, de la voz apacible y delicada».
El Señor también está en el susurro, en el silencio, en lo inesperado, en la voz del hermano sencillo que me exhorta: «Tenga cuidado con esa tentación, hermano». «Le presto esto que he leído». «Sabe, pastor, estoy orando por usted». «Quiero compartir con usted un pensamiento». Ahí también está el Señor: en lo que no hace ruido, en lo que no parece grandioso.
Si Elías quiere salir de donde está, si quiere dejar la cueva y el desierto, tendrá que acostumbrarse a este Dios que no se ajusta a nuestras definiciones.
Renovada visión
El profeta vuelve a esconderse y el Señor sigue mostrándole paciencia. Lo llama nuevamente a que salga: «¿Qué haces aquí, Elías?» Y otra vez, el Señor lo escucha mientras Elías repite el mismo argumento (versículo 14). Entonces el Señor le habla: «Vé, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Ásale por rey de Siria» (1Re 19.15).
La respuesta de Dios a la desazón de Elías es realmente hermosa. En primer lugar, expresa: «Elías, sigo contando contigo». ¡Qué gracia!, ¿verdad? ¡Qué distinto actuamos los seres humanos!, ¡incluso en las iglesias! Cuando sabemos que alguien anda mal, lo atacamos. Parece que, cuando otros saben que estamos deprimidos, perdemos imagen y autoridad ante ellos. En cambio, el Señor anima a Elías: «Mira, sigo contando contigo, tengo una tarea para encomendarte».
A continuación, le encomienda que vaya a ungir a determinadas personas. Los versículos 15–16 describen a esos tres personajes: un rey pagano, un rey judío y un campesino, al que ungirá como profeta. Elías jamás hubiera esperado ninguna de esas tres instrucciones de parte de Dios. Pero esa es la forma inesperada y nada espectacular en que actúa el Señor.
Podemos imaginarnos a Elías tentado a rezongar: «Señor, ¿y yo? ¿Yo no, Señor? ¿No vas a premiar mi dedicación?» Sin embargo, el Señor le advierte: «Te ha llegado la hora de dar lugar a otro. Elegí a alguien para que ocupe tu lugar.»
¡Qué difícil es que nos reemplacen! ¡Qué difícil es obedecer órdenes del Señor que van en contra de nuestros deseos y expectativas! Pero, a menos que aceptemos que el Señor puede manifestarse de otras maneras y por otros medios, no conseguiremos madurar. En esencia, lo que el Señor quiere aclararle a su siervo es: «Elías, la historia y la realidad no se transforman con acciones espectaculares, sino formando personas, forjando líderes. Estás tan preocupado en levantar tu propio pedestal, tan preocupado por considerarte el único, el más fiel y consagrado. Estás tan ansioso de que te use para provocar un despliegue de gloria y espectacularidad… Pero yo no cambio así la historia, Elías».
El siervo de Dios debe reconocer que el Señor actúa de muchas maneras. Ahora el lugar de Elías no será el del comandante, sino que pasará a la retaguardia. Dejará de ser una figura importante: otros tienen que ocupar ese lugar. Si Elías reconoce que Dios actúa también de forma silenciosa y apacible, le dará espacio para obrar en su vida y en la de otros.
– Encuentre la primera parte de este artículo en Apuntes Pastorales XXVII-4, edición de marzo/ abril de 2010, o bien lealo haciendo click AQUÍ.
Se tomó de Hombres de Dios, de Jorge Atiencia, Ediciones Certeza ABUA, ©1995. Se usa con permiso Publicado en Apuntes Pastorales XVII-5.
Usado con permiso de Desarrollo Cristiano Internacional
Fuente: http://desarrollocristiano.com/cuando-el-servicio-deprime-segunda-parte/