Reflexionando en Semana Santa

Paz a ustedes

Por: Pepe Mendoza

La Semana Santa siempre nos permite traer a la memoria de una manera más viva la obra monumental de nuestro Señor Jesucristo a nuestro favor. Reflexionar hoy en la muerte y resurrección de Jesucristo es posible a través del testimonio fidedigno que el Señor mismo nos dejó en las páginas del Nuevo Testamento. 

Es indudable que los escritores del Nuevo Testamento, inspirados por el Espíritu Santo, escribieron con pasión sobre unos acontecimientos tan impresionantes, no solo por los sucesos mismos, sino porque eran el cumplimiento de las profecías de la antigüedad, que se convirtieron con justa razón en el centro de su proclamación de las más grandes buenas noticias jamás oídas en favor de la humanidad. El apóstol Juan dijo: «Lo que hemos visto y oído les proclamamos también a ustedes, para que también ustedes tengan comunión con nosotros» (1 Jn 1:3). Es importante destacar que la «comunión» entre nosotros, los cristianos de todas las épocas y lugares, radica en el testimonio común transferido fielmente entre generaciones de que Jesucristo, como lo dice el apóstol Pedro, «… murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu» (1 P 3:18). No une a los cristianos su perfección, moralidad, religiosidad o impecabilidad, sino la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo, quien nos salva por gracia y no por nuestras obras. 

Ese testimonio de buenas noticias no solo es para los que todavía no conocen al Señor y su obra, sino que es un recordatorio constante del amor de Dios para los que hemos ya creído, tal como Pablo lo enfatiza al decir:

«Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque difícilmente habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:6-8).

Estamos hablando de una obra de amor inconmensurable e incomprensible. Los muertos (repito: ¡muertos!, no inconscientes, débiles o simplemente caídos) en sus delitos y pecados ahora viven (repito: ¡viven” y no con una vida cualquiera, sino con vida ¡eterna!)  por el poder de Aquel que dio su vida por nosotros, ocupando nuestro lugar y muriendo la muerte que merecíamos, para resucitar y darnos la vida eterna que no merecíamos. Esa es la razón por la que Pablo también extiende este inmenso significado para ampliarlo y decir: 

«Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas? […] Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro 8:30-32, 38).

Celebrar la Semana Santa cada año es volver a reafirmar la verdad del amor y la gracia de Dios a nuestro favor que se extiende hasta el punto de reconocer que nuestra vida ha sido radicalmente cambiada en nuestra esencia y en nuestra posición delante de Dios, porque hemos resucitado con Cristo para vivir una vida nueva. Por eso somos llamados a poner «la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria» (Col 3:2-4).

Quise recalcar toda la tremenda realidad espiritual de la culminación de la obra de Jesucristo a nuestro favor para que no dejemos que la conmemoración de un evento de tal magnitud nos encuentre  distraídos con respecto a las dimensiones de esa obra, hasta el punto de que terminemos, como la gran mayoría, simplemente aprovechando el tiempo para escapar unos días de la ciudad, o nos  dejemos llevar por la rutina simplemente para asistir a los eventos especiales que la iglesia prepara para estas fechas sin mucho ánimo y más por cumplir con un deber religioso.

Creo que el peligro de perder de vista la grandiosidad de la obra de Jesucristo también fue compartida por los mismos testigos presenciales. Los sucesos eran tan extraordinarios, tan inusuales, tan sobrenaturales y tan lejos de las expectativas meramente humanas de los discípulos, que ellos terminaron desconcertados. Él testimonio de los cuatro evangelistas no oculta ni soslaya esa realidad inevitable. La muerte del maestro fue un tremendo dolor para ellos y su resurrección fue algo realmente inesperado.

Por eso titulé esta reflexión breve con las palabras que Jesucristo dijo cuando se apareció a los discípulos, quienes, por cierto, Juan nos dice que estaban encerrados en un lugar «por miedo a los judíos» (Jn 20:19). En medio de sus temores, pensamientos contradictorios, tristezas y desesperanza, Jesús se aparece en medio de ellos, sin aviso y de forma sobrenatural, y les dice, «Paz a ustedes». La paz que Jesús afirma se evidencia dramática y claramente al mostrarles en sus manos y en su costado las huellas de su tormento mortal en la cruz. Sin embargo, las heridas que deberían evidenciar su muerte, en ese momento se convierten en la prueba suprema de que la muerte ha sido derrotada y Jesucristo vive para siempre.

No olvidemos al conmemorar esta Semana Santa que, más allá de todo lo que estemos pasando, las pruebas, victorias o los sufrimientos que estemos enfrentando, Jesucristo ha vencido a la muerte (nuestro mayor enemigo), está hoy sentado a la diestra del Padre (con todo poder y autoridad) y nos ha prometido lo siguiente: «Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que dónde Yo esté, allí estén ustedes también» (Jn 14:3). Es indudable que ahora Jesús ha completado su obra de redención, su amor por nosotros es inalterable y puede decirte a ti y a mí con absoluta propiedad una vez más:

«Paz a ustedes»
(coloca tu nombre_________)

José “Pepe” Mendoza es el Asesor Editorial en Coalición por el Evangelio. Sirvió como pastor asociado en la Iglesia Bautista Internacional, en República Dominicana, y actualmente vive en Lima, Perú. Es profesor en el Instituto Integridad & Sabiduría, colabora con el programa hispano del Southern Baptist Theological Seminary, y también trabaja como editor de libros y recursos cristianos. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana.

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