9 verdades que cada padre debe recordar

Por: Tim Challies
Fuente: Coalición por el Evangelio

¿Promete Proverbios que mi hijo no se descarriará? Hace poco alguién le hizo esta pregunta a John Piper en un episodio reciente del podcast Ask Pastor John. La pregunta estaba basada en Proverbios 22:6: “Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él”. Piper terminó ese episodio compartiendo las siguientes 9 verdades que los padres deben recordar al criar a sus hijos:

1. En general, educar a los hijos a la manera de Dios los guiará hacia la vida eterna. En general, esto es cierto.

2. Esta realidad incluye poner nuestra esperanza en Dios y orar fervientemente por sabiduría y por Su salvación hasta el día en que muramos. No oren solo hasta que se conviertan a los 6 años. Oren hasta el día de la muerte por la conversión de sus hijos y por la perseverancia de su aparente conversión.

3. Satúralos con la Palabra de Dios. La fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios (Romanos 10:17).

4. Sé radicalmente consistente y auténtico en tu propia fe. No solo en el comportamiento, sino también en tus afectos. Los niños necesitan ver lo precioso que es Jesús para mamá y papá, no solamente cómo se obedece, o cómo se va a la iglesia, o cómo se leen devocionales o cómo se cumplen los deberes, deberes y deberes. Necesitan ver, en el corazón de mamá y papá, el gozo y la satisfacción de que Jesús es el mejor amigo del mundo.

5. Modela la preciosidad del evangelio. Cuando nosotros los padres confesamos nuestros propios pecados y dependemos de la gracia, nuestros niños dirán: “Ah, no tienes que ser perfecto. Mamá y papá no son perfectos. A ellos les encanta la gracia. Aman el evangelio porque Jesús perdona sus pecados. Entonces sé que Él puede perdonar también mis pecados”.

6. Forma parte de una iglesia amorosa saturada de la Biblia. Los niños necesitan estar rodeados de otros creyentes, no solo de mamá y papá.

7. Exije obediencia. No seas perezoso. Hay muchos padres jóvenes hoy día que parecen tan perezosos. No están dispuestos a levantarse y hacer lo que se necesita hacer para corregir al niño. Por eso debemos ser consistentes con nuestros castigos y especialmente con todas nuestras promesas de cosas buenas que decimos que vamos a hacer por ellos.

8. Dios salva a niños de una paternidad fracasada o incrédula. Dios es soberano. Al final, no somos nosotros los que salvamos a nuestros niños. Dios salva niños, y apenas habría cristianos en el mundo si no los salvase de familias fracasadas.

9. Descansa en la soberanía de Dios sobre tus hijos. No podemos soportar el peso de Su eternidad. Eso es asunto de Dios, y debemos dejarle todo eso a Él.


Publicado originalmente para el blog de Tim Challies. Traducido por Manuel Bento.

 

Sobre el autor

Tim Challies es un seguidor de Cristo, esposo de Aileen y padre de tres niños. Es pastor de Grace Fellowship Church en Toronto, Ontario, y cofundador de Cruciform Press.

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Conoce al padre perfecto y al hijo perfecto

Por: NANCY GUTHRIE
Fuente: Coalición por el Evangelio

Solamente dos personas tenían el potencial de ser padres perfectos. Creados a imagen de Dios, se les dio el gran encargo de “fructificar y multiplicarse, llenar la tierra y señorearla”. Debían criar hijos que llevaran la misma imagen, viviendo en gozosa obediencia a Dios. Al crecer su familia, también los límites del Edén. Toda la tierra se convertiría en un jardín lleno de descendencia que reflejaría la gloria divina.

Pero Adán y Eva fallaron en ser aquello para lo que fueron creados. Su desobediencia les llevó a la realidad del dolor de la maternidad –el dolor de los pecadores dando a luz a pecadores.

Adán y Eva no fueron solamente los primeros padres en la humanidad; fueron los primeros en experimentar el criar hijos en la misma casa y que cada uno resultara diferente. Fueron los primeros en medio de disputas por la rivalidad entre hermanos. Fueron los primeros en experimentar luto. Seguramente fueron los primeros en preguntarse qué podrían haber hecho diferente para que las cosas no hubieran resultado tan terriblemente mal.

Pero ciertamente no fueron los últimos.

Incontables padres imperfectos

Al multiplicarse la gente, la maldad se multiplicó. Entonces Dios comenzó de nuevo con Noé y sus hijos. Noé y su esposa dieron a sus hijos escuela en casa en la seguridad del arca; y cuando salieron, no existía ninguna cultura que los descarriara. Cam se convirtió en el padre de los Cananeos, mientras que los descendientes de Sem incluyeron a Abraham.

Al rastrear la historia desde Abraham —quien fue padre de Ismael e Isaac—, a través de Isaac —que engendró a Esaú y Jacob—, y luego a través de Jacob quien tuvo 12 hijos (algunos de los cuales hicieron cosas despreciables que desearíamos que no se mencionaran en la Biblia) vemos niños criados en el mismo hogar tomar decisiones diferentes y seguir caminos diferentes. Para cuando llegamos al final del Antiguo Testamento, hemos leído las fallas paternas de Aarón el sumo sacerdote, Samuel el gran juez, y David el rey ungido. Nos preguntamos ¿Realmente esta es la familia que Dios planea usar para bendecir a todas las familias sobre la tierra (Génesis 12:3)?

Un padre perfecto

Mientras que el Antiguo Testamento nos habla de muchos padres imperfectos, también narra el historia de un Padre perfecto –un Padre perfecto que tiene hijos rebeldes. Adán y Eva creyeron la mentira de la serpiente de que Dios les había negado algo bueno. Ellos se rebelaron y fueron forzados a dejar el amoroso hogar que Él había preparado para ellos en el Edén.

Luego Dios tuvo otro hijo, la nación de Israel. Les sacó de esclavitud y les dio su amorosa ley para que pudieran vivir como su posesión valiosa en el hogar que Él les había provisto en Canaán. Pero ellos también se negaron a obedecer. Como un padre que con anhelo rememora lo que pudo haber sido, a través del profeta Oseas, escuchamos al Señor hablar de su amor por su hijo:

Cuando Israel era niño, yo lo amé,
y de Egipto llamé a mi hijo.
Cuanto más los llamaban los profetas,
tanto más se alejaban de ellos;
seguían sacrificando a los Baales y
quemando incienso a los ídolos.

Sin embargo yo enseñé a andar a Efraín,
yo lo llevé en mis brazos;
pero ellos no comprendieron que yo los sanaba. (Oseas 11:1-3)

Como un padre con el corazón roto, el Señor habla a través de su profeta: “Hijos crié y los hice crecer; mas ellos se han rebelado contra mí… mi pueblo no conoce no tiene entendimiento de mi cuidado de ellos… generación de malvados, hijos corrompidos han abandonado al SEÑOR” (Isaías 1:2-4).

Adán y Eva habitaron un ambiente perfecto. Pero aún el hogar más ideal no protege a los hijos de la atracción a la maldad.

Adán y Eva sabían lo que sucedería si comían del árbol del conocimiento del bien y del mal. Oír las advertencias de Dios no asegura que los hijos harán caso.

Adán y Eva estaban desnudos y sin avergonzarse uno frente al otro y delante de Dios. Las relaciones de intimidad, saludables, no garantizan que los hijos no se alejarán del amor paterno.<

El Padre de Israel les dio su buena ley. Tener la palabra de Dios comunicada claramente no le da a un hijo el poder para obedecerla.

El Padre de Israel les dio un hogar y una tierra de abundancia y seguridad. La provisión generosa no siempre inspira a una devoción agradecida.

Adán y Eva fallaron en obedecer la palabra que Dios les había hablado. Israel fallo en obedecer la palabra de Dios escrita para ellos. Cada uno desperdició la bendición y oportunidad. Cada uno subestimó la gracia que se les otorgaba.

Y en ocasiones nuestros hijos hacen lo mismo. La responsabilidad por fallar en prestar atención a lo que fue dicho, dado y prometido pertenecía a Adán y Eva y a Israel, no a Aquél que habló y dio y prometió.

Mamá y papá, no asuman que es un fracaso de su parte el que su hijo no se haya arraigado a aquello que se le ha extendido en Cristo.

Un hijo perfecto

Al final del Antiguo Testamento, es obvio que era necesario otro Hijo —un hijo que desplegara la imagen de su Padre y cumpliera el propósito del Padre. Finalmente llegó el día cuando un ángel le dijo a María que iba a tener un hijo que sería “Santo, y será llamado el Hijo de Dios”.

Desde temprana edad, Jesús comprendió su condición y propósito únicos como Hijo de Dios. Cuando, a la edad de 12, sus padres lo encontrar en la sinagoga , “Él les dijo: ‘¿Por qué me buscaban? ¿Acaso no sabían que me era necesario estar en la casa de mi Padre?’ (Lucas 2:49).

Jesús personificó todo lo que Israel estaba destinado a ser. Él era todo lo que Dios quería en un Hijo. En su obediencia perfecta, Él hizo aquello en lo que Adán falló, e Israel nunca pudo hacer.

El refugio de los padres imperfectos

¿Qué significa esto para padres como nosotros? Significa que encontramos compañerismo con nuestro Padre en los cielos. Él conoce el gran gozo de tener un hijo que es todo lo que Él siempre quiso –uno que obedece perfectamente, ama sacrificialmente y lo refleja gloriosamente.

Pero Dios también sabe el gran dolor de tener hijos que se niegan a obedecer, que fracasan en amar, y que están destituidos de su gloria. Él no apunta su dedo hacia los padres o hijo que luchan. Él se acerca. Él es un refugio seguro cuando la crianza se vuelve y permanece difícil. Él comprende.

Como padres, encontramos esperanza en el Hijo, creyendo que su récord de perfección cubrirá todas nuestras imperfecciones. En Él experimentamos una abundancia de gracia que se derrama sobre nuestros hijos. Al morar en Él, nos vamos conformando cada vez más a su imagen, de manera que podamos pastorear a nuestros hijos como nosotros somos pastoreados por Él. Y debido a que sabemos que todo el juicio que merecemos fue cumplido en Él, podemos ser honestos en nuestras fallas como padres, confiados en que no hay condenación para aquellos escondidos en Cristo.

Como padres, no tenemos el poder para crear vida espiritual en nuestros hijos. Pero el Espíritu sí lo tiene.

Con frecuencia no tenemos la voluntad o las palabras para orar por nuestros hijos. Pero el Espíritu sí lo hace. Él ora por nosotros y por ellos con gemidos indecibles.

La travesía de los padres dura toda una vida, y no se trata de hacer todo correctamente. En lugar de eso, trata de una dependencia en la gracia del Único que ha ejercido la paternidad perfectamente.

Sobre la autora

​Nancy Guthrie, vive en Nashville, Tennessee, con su marido David, y su hijo Matt. Ella y David son los co-anfitriones de la serie de vídeos GriefShare utilizados en más de 8500 iglesias en todo el país y anfitriones de Respite Retreats, retiros para parejas que han experimentado la muerte de un hijo. Nancy es la autora de numerosos libros, entre ellos Aferrándose a la Esperanza y Escuchando a Jesús Hablar a su Dolor y Viendo a Jesús en el Antiguo Testamento. Puedes leer más de sus escritos en su sitio web.

Padres, no necesitan ser «geniales»

Por: Christina Fox
Fuente: Coalición por el Evangelio

«Mamá no es genial».

Uno de mis hijos hizo este comentario mientras estábamos reunidos una noche alrededor de la mesa. Inmediatamente me sentí obligada a demostrar lo contrario y procedí a compartir historias «geniales» de mi vida. Le dije: «¿Te he contado la vez que…?» y él me miraba sin impresionarse y se encogía de hombros. El resto de la familia se reía de mis esfuerzos por elevarme a los ojos de mi hijo.

Pronto se me acabaron las historias y me sentí desinflada, condenada a llevar el título de «mamá no genial».

Lo que olvidé en ese momento fue que mi labor como madre no es ser «genial» a los ojos de mis hijos. Mi labor no es brillar con luz propia ni mucho menos. Más bien, mi labor es dirigir a mis hijos hacia otra persona: Dios.

Reflejando a Dios ante nuestros hijos

Como seres creados, fuimos hechos para reflejar la imagen de Aquel que nos hizo. «Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1:27). Así como la luna no tiene luz propia, sino que refleja la luz del sol, nosotros reflejamos la imagen de Dios al mundo que nos rodea. Lo representamos en este mundo, mostrando a los demás quién es Él mientras hacemos lo que Él hace.

Reflejamos la imagen de Dios cuando inventamos creativamente nuevas formas de hacer las cosas o producimos una obra maestra artística. Lo reflejamos cuando descansamos de nuestras labores cada semana, así como Dios descansó en el séptimo día de la creación. Mostramos a los demás quién es Dios cuando somos pacientes, amables y generosos. En todos los ámbitos de la vida, desde nuestro trabajo hasta nuestras relaciones, desde la manera en que utilizamos nuestro tiempo hasta la forma en que respondemos a los demás, desde nuestras palabras hasta nuestra adoración, señalamos a los demás a Dios en la forma en que vivimos nuestras vidas.

Como padres, somos la imagen de nuestro Padre en el cielo cuando formamos a nuestros hijos como Dios nos forma a nosotros.

La Biblia nos dice que Dios es nuestro Padre. A través de la justificación por la fe en Cristo Jesús, entramos en relación con Dios Padre. Él nos adopta como Suyos. Jesús es nuestro hermano mayor y somos coherederos con Él. Como nuestro Padre, Dios provee a nuestras necesidades. Nos instruye, entrena y disciplina. Nos ama y nos sustenta.

Tómate un momento para considerar las formas en que Dios ejerce su paternidad sobre ti. Como tu Padre, te enseña lo que significa ser Su hijo. Seguramente te ha repetido las mismas lecciones una y otra vez con paciencia y gracia. Te consuela en tus miedos. Cuando te desvías hacia el pecado, te disciplina y te muestra el camino de vuelta a la senda estrecha de la vida.

4 maneras en que podemos reflejar a Dios en la crianza de los hijos

Cuando criamos a nuestros hijos como Dios nos cría a nosotros, les presentamos quién es Dios. ¡Qué glorioso privilegio! Padres, podemos ser los primeros en presentar a nuestros hijos al Dios que los ama. Considera cuatro maneras de hacerlo.

1. Consistencia

Nuestro Dios es un Dios consistente. Nunca cambia; es el mismo ayer, hoy y siempre. Cumple lo que dice. Sabemos lo que podemos esperar de Él. Como padres, cuando nos esforzamos por ser consistentes con nuestros hijos, les reflejamos el carácter de Dios. Podemos ser consistentes en nuestras rutinas diarias, en las expectativas que establecemos y en nuestras respuestas a nuestros hijos. Cuanto más sepan nuestros hijos qué esperar de nosotros, más les mostraremos al Padre.

2. Formación

Nuestro Padre nos enseña y nos forma en el camino de la justicia. Nos dice cómo vivir para Él en este mundo. Nos muestra el camino de la sabiduría y nos advierte del camino de la insensatez. Cuando formamos a nuestros hijos en la Palabra de Dios, cuando nos tomamos el tiempo de enseñarles a amar a Dios y a los demás, reflejamos al Padre ante ellos. Cuando les enseñamos lo que está bien y lo que está mal, y lo que es verdadero y falso, les mostramos quién es Dios.

3. Disciplina

Si somos de los que confían en Cristo para la salvación, Jesús tomó nuestro castigo por el pecado en la cruz cuando llevó la ira de Dios. Cuando pecamos, Dios no nos castiga, pues derramó su ira sobre Cristo, pero sí nos disciplina. Nos corrige. Nos muestra nuestro pecado y nos llama al arrepentimiento. Nos da consecuencias para que odiemos el pecado y amemos la justicia. Del mismo modo, cuando disciplinamos a nuestros hijos por sus malas acciones, cuando establecemos límites y cumplimos con las consecuencias, señalamos a nuestros hijos su necesidad del evangelio de la gracia.

4. Paciencia

Nuestro Dios es paciente con nosotros. Tropezamos con el pecado y nos perdona una y otra vez. Aunque nos olvidamos rápidamente de quién es y de lo que ha hecho, y respondemos a los problemas con preocupación y miedo, Dios nos recuerda pacientemente su bondad y fidelidad. Representamos a Dios ante nuestros hijos cuando somos pacientes con su inmadurez. Reflejamos a Dios ante ellos cuando les recordamos las reglas y las consecuencias por romperlas. Señalamos a nuestros hijos a su Padre celestial cuando les respondemos con paciencia en lugar de irritación o frustración.

De todas estas maneras y más, mostramos a nuestros hijos quién es Dios.

Mi hijo tenía razón: no soy una madre genial. Ahora estoy bien con eso. Lo que más importa es que yo refleje a Dios ante mis hijos. Nuestros hijos no necesitan padres con una imagen «genial». Necesitan padres que reflejen la imagen de Dios.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

Sobre la autora

​Christina Fox es una consejera, escritora y madre, no necesariamente en ese orden. Vive con su esposo y sus dos hijos en el sur de la Florida. Puedes leer sobre su caminar en la fe en su blog y en Facebook.

5 mentiras populares sobre el discipulado familiar

Por: Matt Chandler y Adam Griffin
Fuente: Coalición por el Evangelio

El discipulado familiar es el muy importante, pero mayormente común, liderazgo espiritual de tu hogar. En pocas palabras, el discipulado familiar significa dirigir tu hogar haciendo todo lo que puedas, cada vez que puedas, para ayudar a tu familia a convertirse en amigos y seguidores de Jesús. Ciertamente, hay puntos altos y bajos en la vida que crean grandes oportunidades para que los padres señalen la fidelidad de Dios, pero la mayoría del liderazgo espiritual ocurre en las interacciones cotidianas con tu familia.

Mientras piensas en lo que el discipulado familiar es para tu familia, estos son cinco recordatorios importantes, cinco mentiras que somos tentados a abrazar, sobre lo que no es el discipulado familiar.

1. El discipulado familiar no es exploración espiritual de forma libre

El discipulado familiar es adoctrinamiento, enseñando las doctrinas y cosmovisión de Dios tal como se establecen en su Palabra, sin ceder a las opiniones contrarias del mundo o disculparse por la potencial ofensa que esa verdad pudiera ocasionar.

En una cultura que ama la idea de dejar que los niños elijan por sí mismos lo que ellos piensan que es verdad, el “adoctrinamiento” se ha convertido en una mala palabra. ¡Qué decepción tan desastrosa! No decirle a tus hijos lo que es verdad es lo opuesto al amor. Estamos ayudando a la próxima generación a transitar por un camino de vida peligroso a través de tentaciones y desinformación maliciosa.

No dejes a tus hijos a la deriva en el desierto de este mundo, mientras cruzas los dedos con la esperanza de que encuentren el estrecho camino hacia el único oasis.

2. El discipulado familiar no es usar la Palabra de Dios para salirte con las tuyas

No es usar la amenaza del descontento de Dios para hacer que tus hijos guarden silencio, se queden quietos o dejen de molestarse el uno al otro. La manipulación del comportamiento es impulsada por el miedo, pero la obediencia a Dios es impulsada por la gratitud y el amor sincero. Un niño bien portado no es lo mismo que un niño discipulado.

Mientras que la Biblia tiene mucho que decir sobre el comportamiento piadoso, y la obediencia es un aspecto importante del discipulado, la modificación del comportamiento no es nuestra meta principal. Es demasiado fácil instruir a un fariseo: un niño que conoce y sigue las reglas de Dios, pero cuyo corazón está lejos de Él. Queremos que nuestros hijos sean obedientes a Dios, no porque se sientan intimidados por Él (o por nosotros), sino porque realmente aman la obediencia y confían en el amor y cuidado de Dios por ellos. El discipulado familiar persigue un cambio sincero de corazón en los niños; una verdadera transformación cristiana.

3. El discipulado familiar no es una forma de criar a niños populares

Criar a niños que sigan a Cristo significa que estás preparando una generación dispuesta a sentirse cómoda siendo diferente y aun despreciada por una cultura que piensa que sabe qué es mejor.

Aunque el objetivo no es criar niños que sean deliberadamente irritantes para el mundo, debe ser tu absoluta esperanza tener hijos que no se aparten de lo que es verdad solo porque irrita a alguien. Lo que crees como cristiano es ofensivo para las sensibilidades modernas. Que esto se te quede grabado: si Dios en su gracia salva a tu hijo, muchos en la cultura sentirán repulsión hacia tu hijo. Por lo menos, los niños discipulados serán considerados “raros”.

La fe de tu hijo o hija no impresionará al mundo. Tus hijos serán odiados por quién es tu Dios y cómo Él es (Mr 13:13Jn 15:19). Necesitamos levantar una generación preparada para ser claramente diferentes de sus compañeros, “anormales” por su rectitud moral. En muchos sentidos, eso es lo opuesto a nuestra inclinación natural sobre cómo criar a nuestros hijos. Criar hijos que están preparados para ser odiados significa criar niños que amen a Dios sin vergüenza, incluso ante el odio y la alienación.

4. El discipulado familiar no es una estrategia para convertirse en un padre admirado

Resiste la tentación de liderar para convertirte en una madre o un padre impresionante. En cambio, imprime en tus hijos la necesidad desesperada por un Padre celestial. Tu identidad está arraigada en el hecho de que eres un hijo de Dios, no en que eres el padre de tu hijo. Esto no se trata de encontrar tu afirmación en el afecto o admiración de los demás. Esto no se trata de construir tu legado personal o de hacer versiones junior de ti mismo.

El discipulado familiar transforma a los niños en la imagen de Cristo, no en la imagen de su madre o padre. No estás diseñando a un niño para que se ajuste a un molde de perfección para conseguir la admiración humana y el orgullo de los padres. Este entrenamiento en rectitud no es una competencia o una vía para despliegues egocéntricos de superioridad familiar.

5. El discipulado familiar no siempre es el camino más atractivo

El discipulado familiar no es el camino de menor resistencia. Para los niños, la autoridad, el entrenamiento y las reglas parecen adversarios de la libertad y del placer. “Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza. Sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, después les da fruto apacible de justicia” (Heb 12:11).

El viñedo sin podar no es el que produce el mejor fruto. No discipulamos porque no trae ningún dolor. Tú discipulas porque crees que es mejor servir y obedecer al Dios que sabe lo que es mejor y quien es lo mejor.

Siempre estamos discipulando

De manera intencionada o no, todos los padres están discipulando a los pequeños a su alrededor. Los niños nos observan y escuchan mientras formamos sus impresiones del mundo, de la fe y de lo que significa ser un adulto.

Es mucho mejor tener un plan que confiar en nuestros instintos. Dado que cada padre y cada hijo es único, debemos tener un plan y una visión para el discipulado familiar adecuado para nuestra familia única.

Seamos intencionales con nuestra influencia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sol Acuña Flores.

Sobre los autores

Matt Chandler es el pastor encargado de enseñanza en la iglesia The Village en el área metropolitana de Dallas/Fort Worth. Es presidente de Acts 29 (Hechos 29), una organización mundial que planta iglesias. Está casado con Lauren y es padre de Audrey, Reid, y Norah.

Adam Griffin (DEdMin, Seminario Teológico Bautista del Sur) es el pastor principal de la iglesia Eastside Community Church en Texas, Estados Unidos. Previamente, él sirvió como diácono y pastor de formación espiritual en la iglesia Village Church. Adam vive en Dallas con su esposa Chelsea y sus tres hijos: Oscar, Gus y Theodore.

¡Ayuda! A mis hijos no les gusta la iglesia

Por: Megan Hill
Fuente: Coalición por el Evangelio

Para las familias con niños, los domingos por la mañana pueden ser un teatro para el drama espiritual. Ya sea que tengas niños pequeños que gritan porque sus zapatos de la iglesia le aprietan o adolescentes que salen 15 minutos tarde con toda su calma, no es fácil llegar a la iglesia. La lucha no se detiene necesariamente una vez que estás en el carro. Los niños a menudo se quejan de sus clases de escuela dominical, se quejan del tiempo de koinonía, balbucean los himnos y están intranquilos durante el sermón. Sus objeciones son muchas y las expresan con franqueza: muy largo, muy silencioso, muy incómodo, muy aburrido. A veces, a nuestros hijos simplemente no les gusta ir a la iglesia.

Como adulta que fue criada en la iglesia y que ahora es madre de un niño pequeño y un adolescente (más dos niños en el medio), estoy muy familiarizada con estos obstáculos. Sin embargo, estoy convencida de que vale la pena superarlos.

Cuando nuestros hijos se resisten a la iglesia, nuestra primera inclinación puede ser escapar del incómodo ritual semanal. Todos conocemos a padres que han exigido que su iglesia modifique la adoración para adaptarla a sus hijos o que comienzan a buscar otra iglesia, una con un horario o estilo que entienden será más atractiva. O simplemente dejan de ir por completo. Quizás hayas tenido la tentación de hacer lo mismo (no me refiero a personas impedidas de asistir debido a restricciones o preocupaciones por la COVID-19).

Una de las principales responsabilidades de los padres es capacitar a nuestros hijos para que sean adoradores. Llevar a nuestros hijos a la iglesia, les guste o no, es un acto esencial de discipulado. La iglesia local puede no parecer emocionante, pero cuando los miembros del pueblo de Dios adoran juntos en espíritu y en verdad, estamos obedeciendo al Padre y tenemos comunión con Cristo (Jn 4:23-26). Cuando los padres se comprometen a ser fieles semanalmente en las iglesias que proclaman el evangelio, les enseñamos a nuestros hijos que no hay nada más importante para sus almas.

Entonces, cuando tus niños pequeños o adolescentes no quieran ir a la iglesia, ora pidiendo la ayuda del Espíritu Santo. Después involucra sus corazones de cinco maneras.

1. Reconoce las experiencias de los niños

La iglesia no siempre es fácil para los niños y está bien reconocerlo. Si son adolescentes, la iglesia puede parecer aburrida o restrictiva (¡tengo que quedarme quieto! ¡Tengo que estar callado y escuchar!); si son jóvenes, aún puede parecerles aburrida o restrictiva (¡se parece demasiado a la escuela! ¡Preferiría estar haciendo otra cosa!). Podemos escuchar las experiencias de nuestros hijos e incluso mostrar empatía. La iglesia local, una reunión sin pretensiones de gente común involucrada en prácticas predecibles, tampoco es siempre fácil para los adultos. Podemos confesar que a veces nos sentimos igual que ellos.

2. Elimina los obstáculos prácticos

Habiendo escuchado las inquietudes de nuestros hijos, podemos evaluar los problemas subyacentes. A veces, a nuestros hijos no les gusta la iglesia por razones que no son necesariamente espirituales y, en su mayoría, se pueden arreglar. También podemos ser comprensivos aquí. Como adulto, es probable que hayas descubierto algunas estrategias prácticas (café, zapatos cómodos, almuerzos hechos en ollas eléctricas de cocción lenta) que te ayudarán a participar los domingos o, al menos, evitarán que te desconectes. Podemos ayudar a nuestros hijos a hacer lo mismo.

Los niños pequeños, por ejemplo, pueden poner resistencia a tener que sentarse en el culto porque les da hambre a las 11 am. Darles un bocadillo antes del culto demuestra tu preocupación por sus cuerpos y calma sus estómagos quejumbrosos. De igual manera, los bolígrafos y el papel para tomar notas de los sermones pueden darle algo que hacer a las manos inquietas y las mentes distraídas. Usar ropa cómoda de iglesia puede evitar la inevitable picazón y la inquietud provocada por las etiquetas y las corbatas.

Los niños mayores y los adolescentes pueden tropezar con otros obstáculos: cansancio, timidez, miedo a perderse algo. Los padres pueden ayudarlos. Establecer una hora razonable para ir a la cama el sábado por la noche hará que el despertador del domingo por la mañana sea menos discordante. Llegar temprano a la iglesia evitará que un público vergonzoso camine por el pasillo hacia los únicos asientos vacíos. Establecer hábitos familiares claros, consistentes y alegres para los domingos ayudará a aliviar el dolor de las actividades perdidas.

3. Enseña a los niños que la iglesia es buena

Por supuesto, no podemos eliminar todas las dificultades. Las personas específicas que componen nuestra iglesia, los elementos de nuestra adoración colectiva e incluso el objeto divino de nuestra adoración pueden ser obstáculos para nuestros hijos, pero son obstáculos que no podemos cambiar simplemente para adaptarlos a ellos.

Aquí es donde hacemos exactamente lo que siempre hemos hecho como padres: instruimos con amor a nuestros hijos. Cuando los niños pequeños exigen helado y dulces para la cena, les decimos que el pollo y el brócoli son mucho mejores para sus cuerpos, e insistimos en que los coman con regularidad. Cuando se trata de la iglesia, a nuestros niños tampoco les gusta siempre lo bueno. Nuestro trabajo es instruirlos.

Primero, damos el ejemplo con nuestras propias acciones y actitudes. Los niños deben escuchar a sus padres orar por la iglesia: dar gracias por los ancianos, pedirle a Dios que bendiga la adoración e interceder por las necesidades de los miembros de la iglesia. Los viernes y sábados, debemos comenzar a prepararnos para el domingo con una actitud de gozosa anticipación. Los domingos por la tarde, podemos hablar sobre cómo el sermón de la mañana nos convenció de pecado y nos ayudó a amar más a Cristo. Nuestro propio amor genuino por la iglesia es un testimonio convincente para nuestros hijos.

Por encima de eso, debemos ayudar a nuestros hijos a entender la adoración. A lo largo de la semana o a través de susurros en las sillas, les explicamos que la adoración es nuestra oportunidad de escuchar a Dios hablarnos (cuando se lee y predica la Biblia) y de hablar con Dios (en oración y canción). También les decimos por qué hacemos estas cosas. Independientemente de lo que pueda suponer un niño de 4 o 14 años, la adoración en la iglesia no es algo que la gente haya inventado. Dios nos manda a reunirnos para adorar (He 10:24-25), cantar alabanzas juntos (Col 3:16), escuchar la predicación (1 Ts 2:13), orar juntos (Ef 6:18) y dar generosamente (2 Co 9:7).

Luego aprovechamos cada oportunidad para mostrarles a partir de las Escrituras que pertenecer a la iglesia es esencial para los creyentes. Cuando enseñamos historias bíblicas a los pequeños, destacamos el hecho de que Adán, Noé y Abraham adoraron con el resto del pueblo de Dios. Reunirse para adorar es simplemente lo que hacen los seguidores de Dios. A los niños mayores les enseñamos que las epístolas del Nuevo Testamento no fueron escritas principalmente para individuos sino para iglesias del primer siglo. Esos versículos que frecuentemente memorizamos con mandatos de orar (1 Ts 5:17) o buscar la santidad (1 P 1:15) son en realidad tareas que toda la iglesia debe hacer junta. A los adolescentes les recordamos que su futuro principal no está en formar parte del equipo de baloncesto o entrar en esa universidad de élite; su futuro principal es como adorador en la iglesia celestial (Ap 7:9).

Meditar en estas verdades puede impulsar a toda la familia a amar a la iglesia que Dios ama, aún cuando es difícil quedarse quieto.

4. Afirma el valor de los niños en el reino de Dios

A veces a los niños no les gusta la iglesia porque sienten que no pertenecen. Asumen que el sermón no está dirigido a ellos, que nadie en la iglesia se preocupa por ellos y que los domingos por la mañana simplemente están calentando asientos. Los padres debemos contrarrestar intencional y regularmente estas suposiciones falsas afirmando el valor del reino para los niños.

El mismo Cristo que dio la bienvenida a los niños en sus brazos y su reino les da la bienvenida a nuestros hijos en su iglesia hoy (Mt 19:13-15). Las congregaciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, Esd 10:1) y las iglesias del Nuevo Testamento (por ejemplo, Col 3:20) incluían niños, por lo que las palabras de la Biblia, ya sea que se lean o se prediquen, están destinadas a los niños. Sus oraciones son armas espirituales (Sal 8:2), sus alabanzas son adoración importante (Mt 21:9-1115-16), y su ejemplo piadoso anima a toda la congregación en santidad (1 Ti 4:12). Lejos de ser un elemento secundario de la iglesia local, los niños son vitales.

5. Invita a los niños a participar

Finalmente, invitamos a nuestros hijos a colaborar. No les pedimos que amen a la iglesia de manera abstracta; les pedimos que amen a su propia iglesia de manera concreta. A su vez, estos actos de amor obediente son herramientas que el Espíritu usa para unir a nuestros hijos con la iglesia y cultivar sentimientos de amor en sus corazones.

Los llamamos a estar presentes en la adoración, a escuchar activamente la Palabra y a cantar con entusiasmo sin importar cuán desafinadas sean sus voces.

También los llamamos a servir. Aún los niños más pequeños pueden acompañarnos cuando visitamos a las viudas de la iglesia. Los niños pueden orar por los creyentes perseguidos en todo el mundo y por los incrédulos de su propia comunidad. Pueden dar monedas de sus alcancías para apoyar el ministerio del evangelio. Pueden limpiar las mesas, trapear los pisos y recoger la basura. Pueden sonreír y hacer amigos. Con nuestro apoyo y ánimo, nuestros niños pueden usar sus dones para el beneficio del cuerpo de Cristo.

Me gustaría poder decir que estas cinco prácticas tendrán un efecto inmediato en la vida de hijos reacios. Podrían. Pero, de nuevo, es posible que no. Por eso buscamos la ayuda del Espíritu Santo y perseveramos. A nuestros hijos puede que no les guste la iglesia este domingo, el próximo domingo o dentro de cinco años. Pero enseñarles a amar “la iglesia de Dios, la cual Él compró con Su propia sangre” (Hch 20:28) vale cada sacrificio que hagamos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

Sobre la autora...

Megan Hill es esposa de pastor, vive en Massachussets. Es editora para The Gospel Coalition y autora de tres libros: Praying Together: The Priority and Privilege of Prayer: In Our Homes, Communities, and Churches [Orando juntos: La prioridad y el privilegio de la oración: en nuestros hogares, comunidades, e iglesias] (Crossway/TGC, 2016), Contentment: Seeing God’s Goodness [Contentamiento: Viendo la bondad de Dios] (P&R, 2018) y A Place to Belong: Learning to Love the Local Church [Un lugar al que pertenecer: Aprendiendo a amar la iglesia local] (Crossway, May 2020).

Un recordatorio para los padres en el día de los padres

Por: Sugel Michelén
Fuente: Coalición por el Evangelio

No sé cuántos países celebran el día de los padres en la misma fecha que nosotros lo hacemos en RD (es decir, el último domingo de Julio). Pero sea cual sea la fecha de este evento en el calendario de cada país, no quise dejar pasar la oportunidad sin traer una nota de recordatorio para todos los que somos padres.

Tanto en Ef. 6:1-4 como en Col. 3:20-21, el apóstol Pablo escribe unas palabras sobre el deber de los hijos de obedecer a sus padres, y el deber de los padres de criar a sus hijos en el marco del evangelio. El pasaje de Efesios es el más extenso de los dos, así que voy a tomarlo como punto de partida:

“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”.

Aunque en los versículos 1 y 4 aparece la palabra “padres” en nuestra versión RV60, en el original griego son dos palabras distintas. La del versículo 1 puede ser traducida como “progenitores”, e incluye tanto al padre como a la madre. Es por eso que Pablo se vale del quinto mandamiento del Decálogo para recordar a los hijos que debían honrar a su padre y a su madre. De manera que ambos padres tienen una responsabilidad en la crianza de sus hijos, y ambos poseen la misma autoridad sobre ellos.

Sin embargo, el término que Pablo usa en el vers. 21 es la palabra griega páteres que parece señalar de manera especial a los hombres, a los padres. Ellos son los que tienen la responsabilidad primaria de guiar a la familia, incluyendo a sus esposas en el papel de madres.

Contrario al pensamiento del mundo en ese sentido, Dios coloca sobre los hombres la responsabilidad del liderazgo de su familia. Por supuesto, nosotros sabemos que las madres juegan un papel vital en la crianza de los hijos. Generalmente ellas pasan más tiempo con ellos y ejercen una influencia determinante en sus vidas. Pero el hombre es responsable ante Dios de proveer a su esposa y a sus hijos la guía, el sostén y la protección que necesitan en un clima de amor y servicio.

Ser cabeza de la familia no es contemplado en la Biblia como una ventaja, sino como una gran responsabilidad. Nosotros tenemos un trabajo que debemos hacer de manera intencional, procurando el bien espiritual y físico de nuestra esposa y nuestros hijos. Dios nos ha llamado a hacer un trabajo, un trabajo que está muy por encima de nuestras capacidades naturales y que solo puede ser hecho en dependencia de Él. Él nos contrató, Él nos da los recursos que necesitamos cada momento para poder ser los padres que Él quiere que seamos, y Él nos pedirá cuentas algún día por esa mayordomía que nos fue confiada.

Lamentablemente, la influencia del mundo ha tenido un impacto profundo en la iglesia de Cristo en este asunto. En muchos hogares cristianos es la mujer y no el hombre la que va delante en la vida espiritual de la familia y la crianza de los hijos. Leí recientemente que un autor cristiano fue a proponerle a una casa publicadora un libro sobre la paternidad. ¿Saben lo que el encargado la respondió? Que los libros dirigidos a los padres no venden. “Nuestros estudios nos han mostrado que el 80% de los libros sobre crianza son comprados por las madres. Ellas los leen y se los pasan a sus maridos, que apenas los leen. Es difícil mercadear la paternidad a una audiencia femenina”.

Y el impacto que ese matriarcado está produciendo en las iglesias y en la sociedad es sencillamente devastador, sobre todo para el desarrollo de un verdadero liderazgo. La masculinidad es algo que se produce mayormente en un ambiente en el que las mujeres se comportan como mujeres y los hombres se comportan como hombres (lean bien: no como “machos”, sino como hombres).

De manera que tanto el padre como la madre tienen la responsabilidad de criar a los hijos en el temor de Dios, pero el padre es el principal responsable de ese deber.

Apreciamos todo comentario que pueda complementar este artículo para edificación de los lectores de este blog.

 

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

Sobre el autor...

​Sugel Michelén (MTS) es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Ha sido por más 35 años uno de los pastores de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo, en República Dominicana, donde tiene la responsabilidad de predicar regularmente la Palabra de Dios. Es autor de varios libros, incluyendo De parte de Dios y delante de Dios y El cuerpo de Cristo. El pastor Michelén y su esposa Gloria tienen 3 hijos y 5 nietos. Puedes seguirlo en Twitter.

10 lecciones inolvidables sobre ser padre

Por: Ray Ortlund
Fuente: Coalición por el Evangelio

Públicamente, mi papá fue uno de los grandes pastores de su generación. Sirvió de manera notable durante veinte fructíferos años en Lake Avenue Congregational Church en Pasadena, donde John y Noël Piper adoraron durante sus días en el seminario Fuller. Papá y John eran amigos muy cercanos.

En privado, mi papá era el mismo que en público. Solo había un don Ray Ortlund, un auténtico cristiano. La distancia entre lo que vi en el Nuevo Testamento y lo que vi en mi papá era corta. Era el hombre más parecido a Cristo que he conocido, la clase de hombre y el tipo de padre que anhelo ser.

Sin ningún orden en particular, aquí diez lecciones sobre ser papá que aprendí al mirar a mi padre, con cada lección vivida a partir de los recuerdos de su cuidado por mí.

  1. Nunca estaba demasiado ocupado

Mi padre era un pastor muy ocupado, pero nunca estaba demasiado ocupado para mí. Cuando sentía que no había tenido tiempo suficiente conmigo, decía: “Hey Bud, ¿quieres faltar a la escuela mañana e ir a la playa?”. ¡No tardé mucho en estar de acuerdo con eso! Así que nos fuimos. Surfeamos, hablamos, y nos divertimos juntos. Al día siguiente escribió una nota a la escuela para explicar mi ausencia, y cuando la llevé a la oficina del director, tacharon mi ausencia de “inexcusable”. Supongo que la razón no contaba; un padre que quiere ponerse al día con su hijo. Pero a papá no le importaba. Era yo quien le importaba. Y yo lo sabía.

  1. Era un hombre de la Biblia

Mi papá se dedicó de todo corazón a Jesús. En mi cumpleaños numero diecisiete, él y mi mamá me dieron una Biblia nueva. En la página de enfrente escribió lo siguiente:

Bud,

Nada es mayor que tener un hijo, un hijo que ama al Señor y camina con Él. Tu madre y yo hemos encontrado en este libro nuestro tesoro más querido. Te lo damos, y al hacerlo no podemos darte nada mejor. Sé un estudiante de la Biblia y tu vida estará llena de bendiciones. Te amamos.

Papá

9/7/66

(Filipenses 1:9-11)

Cuando leí eso, sabía que mi padre decía cada palabra en serio. Él era un hombre de la Biblia, y la bendición de la que escribió era obvia en su propia vida.

  1. Siempre alabó a Dios

Cuando crecía, la mayoría de las mañanas no necesitaba un reloj despertador. Me despertaba con el sonido de mi papá a través del pasillo, cantando en la ducha. Todas las mañanas, a todo pulmón y de manera alegre, cantaba este himno:

Cuando la mañana cubre de oro los cielos, 

Mi despabilado corazón clama:

¡Que Jesucristo sea alabado!

Bien en el trabajo o en la oración,

A Jesús yo clamo:

¡Que Jesucristo sea alabado!

Muchos hombres no son transparentes. No tengo ni idea de lo que creen. Pero con mi padre nunca me cuestioné sobre qué le importaba más, o sobre lo que buscaba en la vida. Ni una sola vez. En lo absoluto. Ni siquiera un poco. Él nunca mantuvo un bajo perfil de la vida. Jesús era demasiado maravilloso para él. Alabó al Señor a lo largo de su vida, en público y en privado, de una manera clara y maravillosa que no podía ser ignorada.

  1. Él me animó

Mi papá me dio la libertad para que yo pudiera cumplir el llamado de Dios en mi vida. Me guió de manera apropiada, por supuesto, pero nunca se aferró a mí con temor, ni esperaba que yo siempre viviera cerca. Todo lo contrario. Me instó a seguir a Cristo en cualquier lugar. De vez en cuando me daba este discurso: “Escucha, hijo. Los cristianos de corazón medio son los más miserables de todos. Saben lo suficiente acerca de Dios como para sentirse culpables, pero no han ido lo suficientemente lejos con Cristo para ser felices. ¡Sé completamente incondicional a Él! No me importa si eres un excavador de zanjas, siempre y cuando ames al Señor con todo tu corazón”.

No le impresionaba el éxito del mundo, o el asistir a las escuelas correctas, y toda esa pretensión y falsedad. Él quería algo mejor para mí, algo que tenía que encontrar por mi cuenta. Pero nunca dudé de la urgencia con la que deseaba para mí un claro llamado de Dios en mi vida. Y lo recibí, en parte porque mi papá no se inmiscuyó en él, sino que me animó a seguir al Señor por mi cuenta.

  1. Caminaba verdaderamente con Dios

Recuerdo bajar temprano una mañana y caminar a donde mi padre, en la sala de estar. Allí estaba, de rodillas, con el rostro enterrado en las manos, absorto en silenciosa oración. Él no sabía que había alguien más allí. No era teatro. Era real. Mi papá tenía un verdadero caminar con Dios. Nunca se me ocurrió preguntarme si Jesús era el Señor de su corazón y de nuestro hogar. Papá amaba el evangelio. Él sirvió a la iglesia. Dio testimonio a nuestros vecinos. Incluso entregó el diezmo cuando no tuvo dinero para hacerlo. Marcó la pauta en nuestra casa, y nuestro hogar fue un lugar de alegría, honestidad, y consuelo. Jesús estaba allí.

  1. Me enseñó teología en el patio

Un día, cuando yo tenía once o doce años, mientras estábamos haciendo trabajos de jardinería afuera —no recuerdo el contexto— mi papá se detuvo, me miró a los ojos y dijo: “Sabes, Bud, antes de que el tiempo empezara, Dios te escogió”. Yo lo miré perplejo. ¿El Dios Todopoderoso pensó en mí, un ser minúsculo? ¿Desde ese entonces? Me sentí tan amado por Dios. Años más tarde, cuando comprendí mejor la doctrina de la elección, no tuve problema con ella. Me encantó. Mi papá había comenzado mi educación teológica desde mi infancia durante nuestra conversación cotidiana.

  1. Nos amaba cuando no era fácil hacerlo

Mi madre, una noche antes de que papá llegara a casa, me dijo que él practicaba algo todos los días. Trabajaba duro durante todo el día y llegaba cansado a casa. Así, mientras subía los escalones de la escalera, antes de extender la mano para abrir la puerta trasera de casa, levantaba una sencilla oración a Dios: “Señor, necesito algo de energía extra en este momento”. Y Dios respondía a esa oración. Nunca vi a mi papá entrar a casa sin emoción positiva para dar. Más bien se acercaba a mi mamá, la besaba con un beso enorme, y luego se volvía hacia mí y me decía: “¡Vamos, Skip, vamos a luchar!”. Y nos íbamos a la habitación del frente a luchar en el suelo, junto con una explosión de cosquillas y risas. Día a día, la realidad de Dios en el corazón de mi papá le daba energía para amar a su familia cuando no era fácil.

  1. Me ayudó a amar a la iglesia

El hecho de que papá fuera pastor me hizo “el hijo del pastor”, obviamente. De vez en cuando la gente bien intencionada de la iglesia me decía cosas tontas, como si tuviera que ser perfecto o superior o algo que ellos esperaban. Así que papá me dijo: “Hijo, cuando la gente dice cosas así, no tiene intención de dañarte. Pero no es justo. No se dan cuenta de eso. Quiero que lo sepas, y trata de ignorarlo”.

Papá tenía altos estándares de la vida cristiana. Pero era lo suficientemente sabio como para saber que un niño de diez años sigue a Cristo de una manera diferente a la de un niño de cuarenta años. Era realista y compasivo. Me dio permiso para ser un niño cristiano. Y él es la principal razón terrenal por la que amo a la iglesia hoy. Él me mostró, sabiamente, cómo la vida de la iglesia no necesita ser opresiva.

  1. Vivió su fe de manera simple y práctica

Papá me enseñó a caminar con el Señor de manera práctica. Por ejemplo, una declaración que estableció como una a seguir diariamente fue la siguiente:

Mi declaración de fe mañanera

Creo que hoy:

  1. Dios está dirigiendo soberanamente mi vida mientras me entrego a Él, y que Él me ama incondicionalmente, y yo lo amo y lo pongo primero en mi vida.
  2. Cristo es mi Señor y maestro, y busco permanecer en Él y hacer su voluntad inmediatamente y correctamente.
  3. El Espíritu Santo es mi amigo, maestro, y guía, que abrirá y cerrará puertas hoy y me llenará de sí mismo para hacerme un servidor eficaz.
  4. Ahora encomiendo mi esposa y mi familia al Señor, quien los ama tanto como a otros a quienes amo. Ellos también están bajo su cuidado soberano.
  5. Salgo teniendo una fe audaz, y me relajo en el Señor, disfrutando este día dado por Él. Confío en que Él me usará hoy.

Era simple, pero válido. Papá ejemplificó cómo hacer accesible y práctico el cristianismo diario.

  1. Me dijo que el ministerio no lo es todo

Ser un “hijo de pastor” era a veces difícil, como ya he mencionado. Lo que me hizo sobrellevar esta dificultad fue el amor de mi padre por mí, y mi admiración por él. Yo lo amaba profundamente. Aun lo hago. Incluso mientras escribo esto, se me hace un nudo en la garganta. Lo extraño tanto. Ser el hijo de un pastor piadoso fue un privilegio sagrado que me fue dado como un regalo de Dios mismo. Mi respeto por mi papá y su atracción personal —el verdadero cristianismo que vi en él, la belleza con la que sirvió como pastor, incluso cuando sufrió— el impacto personal de todo esto fue que crecí para honrar el ministerio pastoral. Y hoy, yo mismo me regocijo en ser pastor. Lo que me lleva a mi escenario final.

Temprano el domingo 22 de julio del 2007, mi papá se despertó en su habitación de hospital en Newport Beach. Él sabía que finalmente el día de su liberación de esta vida había llegado. Le pidió a la enfermera que llamara a la familia. Ese día mi esposa Jani y yo estábamos lejos, en Irlanda, por asuntos ministeriales. No sabíamos lo que estaba sucediendo en casa. Pero la familia se reunió alrededor de la cama de papá. Leyeron la Escritura. Cantaron himnos. Papá dio una bendición patriarcal y una amonestación personal a cada uno, un mensaje adecuado para alentar y guiar. Él pronunció sobre ellos toda la bendición de Aarón: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé paz” (Nm. 6:24-26).

Y luego, en voz baja, durmió.

Más tarde le pregunté a mi hermana sobre el mensaje de papá para mí. Fue este: “Dile a Bud: el ministerio no lo es todo. Jesús lo es”.

Las últimas palabras de mi padre resumieron su vida como padre, y su vida entera.

Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Omar Jaramillo.

Sobre el autor...

Ray Ortlund es el pastor principal de Immanuel Church en Nashville, Tennessee, y sirve como miembro del Concilio de The Gospel Coalition. Puedes seguirlo en Twitter.