Por: Redacción DCP
Siempre hay uno.
El que no entiende, el que interrumpe, el que distrae, el que no trae tareas, el que responde con agresividad, el que parece no querer aprender. Ese alumno que ha sido etiquetado: “conflictivo”, “vago”, “desobediente”, “caso perdido”.
Ese al que otros maestros corrigen con fastidio o ignoran con resignación.
Y sin embargo, ahí está. Sentado, mirando a su alrededor. Quizá deseando profundamente que alguien lo vea. Que alguien vea más allá de su conducta, más allá de sus limitaciones, más allá de su historia. Ese es el lugar donde entra el maestro cristiano. No solo como educador, sino como instrumento de gracia.
Enseñar como Cristo enseñaba
Ser maestro es una vocación noble. Pero ser maestro cristiano es una misión sagrada.
No se trata solo de impartir conocimientos, sino de reflejar el carácter de Cristo. Jesús no solo enseñaba multitudes, también se detenía por el individuo:
- El niño rechazado, que los discípulos alejaban del Maestro en Marcos 10:13-16, pero que Jesús abrazó con ternura y puso como ejemplo del Reino.
- La mujer marginada, samaritana y despreciada por su pecado, con quien Jesús conversó junto al pozo en Juan 4, revelándole que Él era el Mesías.
- El hombre que gritaba al borde del camino, Bartimeo el ciego, a quien todos querían silenciar en Marcos 10:46-52, pero que Jesús escuchó, sanó y honró por su fe.
Jesús vio lo que otros no vieron. Y cuando nosotros, como maestros, elegimos ver más allá del desorden, del bajo rendimiento o de la rebeldía, estamos siguiendo Su ejemplo. Estamos viendo con ojos de misericordia.
Un llamado a la misericordia
“Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” (Lucas 6:36)
La enseñanza cristiana está profundamente ligada a la misericordia.
Porque la educación no trata solo de contenidos, sino de personas. Y muchas de esas personas —niños y adolescentes— vienen cargando con realidades que ni siquiera imaginamos.
Hay alumnos que no pueden concentrarse porque tienen hambre. Otros que reaccionan con violencia porque en su casa no conocen otra forma de comunicación. Algunos simplemente están pidiendo ayuda, aunque lo hagan gritando, huyendo o desafiando.
El maestro cristiano no justifica el pecado ni ignora el deber, pero entiende que detrás de cada conducta hay una historia. Y en lugar de sumar otra herida… extiende compasión.
La diferencia entre corregir y restaurar
Corregir es parte del rol docente. Pero hay una diferencia enorme entre disciplinar por amor y reprender por frustración.
Jesús corrigió a sus discípulos muchas veces, pero siempre con propósito redentor.
- Pedro negó al Señor… y fue restaurado.
- Tomás dudó… y fue invitado a tocar.
- Juan quiso fuego del cielo… y fue transformado en el apóstol del amor.
¿Y nosotros? ¿Tenemos esa misma paciencia con nuestros alumnos? Muchos niños no necesitan un sermón más. Necesitan una oportunidad más.
Un maestro que no los humille, sino que les diga: “Estoy contigo. Vamos a intentarlo otra vez”.
Estrategias prácticas con un corazón pastoral
Amar con misericordia no significa tolerar todo. Pero sí significa actuar con sabiduría, gracia y esperanza. Algunas ideas para el aula:
- Conversa en privado, nunca los expongas públicamente. La disciplina es más efectiva cuando se siente acompañamiento, no humillación.
- Escucha antes de etiquetar. Pregunta cómo se sienten, qué les preocupa, qué necesitan. La empatía abre más puertas que mil regaños.
- Invita a la familia desde el amor. Muchas veces los padres también están agotados o perdidos. No necesitan más acusación, sino aliados.
- Celebra el esfuerzo. Un paso pequeño puede ser un gran logro para quien está luchando por avanzar.
- Crea espacios de redención. Dales la oportunidad de servir, de ayudar, de mostrar que son capaces. A veces, el corazón cambia cuando se sienten útiles.
Enseñar como un acto de amor perseverante
El apóstol Pablo escribió sobre el amor en términos que desafían nuestra paciencia diaria:
“El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”
(1 Corintios 13:7)
Ese amor no es sentimentalismo. Es una decisión firme de seguir creyendo cuando nadie más cree. De seguir esperando aunque parezca que nada cambia. De seguir enseñando, corrigiendo y caminando al lado de un alumno, aún cuando los resultados tarden en llegar. El maestro cristiano ama no porque el alumno lo merezca, sino porque Cristo nos amó primero.
Testimonio que trasciende el aula
Muchos maestros cristianos nunca verán en esta vida el fruto completo de su labor. Pero Dios sí lo ve. Y Él no olvida. Cada vez que mostraste compasión cuando era más fácil rendirse, sembraste algo eterno. Cada alumno difícil que fue tratado con paciencia, es una semilla que el Espíritu puede hacer germinar.
Recordemos: Jesús no nos dio lo que merecíamos, sino lo que necesitábamos. Y eso es exactamente lo que debemos hacer como educadores del Reino.
Conclusión: Enseñar es pastorear
Maestro cristiano, no subestimes tu labor. No estás solo enseñando matemáticas o lenguaje. Estás formando almas, guiando corazones, moldeando el futuro. Estás mostrando a Cristo con cada palabra, cada corrección, cada oportunidad ofrecida.
Dios no es indiferente a la obra escondida de un maestro que ama. Aun cuando nadie más lo reconozca, el Señor ve cada lágrima contenida, cada palabra paciente, cada esfuerzo por levantar a un alumno difícil. Y Él es fiel para recompensar. Como dice Hebreos 6:10: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.”
Que este Día del Maestro sea más que una celebración. Que sea un recordatorio de que enseñar es una obra espiritual, un llamado de misericordia, una tarea eterna. Y que cada vez que eliges ver lo que otros no ven… estás actuando como el Maestro de maestros.