Por: Darrow Miller
Ser mujer es glorioso
Hemos tratado de reclamar la concepción bíblica de la dignidad de la mujer. Es necesario examinar un papel importante y específico para el que Dios la ha destinado. ¿Qué resultado obtendrá ella cuando abrace este papel? Aunque lo mejor que la tierra pueda ofrecer a la mujer es imperfecto, el plan de Dios para ella es infinitamente más rico y más satisfactorio; pero «tenemos que escalar y adentrarnos más» para poder experimentarlo. El elemento básico de este plan es la verdad de que ser mujer es glorioso. La naturaleza cuidadora y sustentadora de la mujer es fundamental para formar familias fuertes, sanas y llenas de vida, y, en última instancia, fortalecer naciones. ¿No podemos invitar a la mujer y al hombre a «ascender y entrar» en su propia gloria?
La Biblia, revela la belleza, la estatura y la gloria de la primera mujer. Eva es la contraparte gloriosa de Adán, su equivalencia completa. Aunque el rol principal de la mujer, en las Escrituras, es el de madre, ellas aparecen plenamente involucradas en la vida pública. La Palabra de Dios retrata a las mujeres como heroínas y actrices en el escenario de la historia. He aquí algunos ejemplos:
• Abigail, la hermosa e inteligente esposa de Nabal, fue una pacificadora que salvó la vida de todos los varones de su casa (I Samuel 25).
• Jael concibió y ejecutó un plan para matar a Sísara, poderoso jefe de las fuerzas cananeas (Jueces 4:11-22).
• Rut y Ester fueron mujeres heroicas, protagonistas de los libros de la Biblia que llevan sus nombres. • La viuda de Sarepta confió en el Señor y dio su última comida a Elías (I Reyes 17:7-16).
• Sara, esposa de Abraham, se rio al oír la profecía de Dios pero vivió para dar el pecho a su hijo y llegó a ser madre de todas las naciones (Génesis 17:15-16)
Y por supuesto, Rebeca, la esposa de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Éstas y muchas otras mujeres hicieron historia. Empezando con Eva, se han contado sus historias, se han cantado sus vidas, sus virtudes y sus hazañas en muchas canciones. Tales relatos se transmitieron de generación en generación, y sirvieron de ejemplo no sólo a los niños de Israel, sino también a los de hoy. Sus vidas forman parte integral de la historia que Dios ha manifestado al mundo.
El autor cristiano Gene Edwards también ha captado esto hermosamente en su libro El divino romance: La más bella historia de amor jamás contada. En la primera escena, los ángeles contemplan la creación de Eva: Poco a poco la revelación se desvaneció, lo que dio a los ángeles un instante para preguntarse qué pensamiento definitivo habría Dios concebido, qué obra maestra podría salir de su mano. Por fin, pudieron traspasar esa luz y ver de nuevo el rostro de Dios. Su rostro reflejaba exaltación y gozo. Un ángel susurró dirigiéndose tambaleante a su lugar asignado: Él ha contemplado la compañera del hombre. La ha visto desde su óptica divina. Pero me parece que en algún lugar, más allá de esa visión,
ha vislumbrado una revelación más elevada, mucho mayor. ¿Qué podrá ser? —Es un misterio, escondido en una luz inaccesible —insinuó otro. Con manos temblorosas, el Constructor moldeó, plasmó, formó y volvió a moldear. Y mientras aquel ser cobraba forma definitiva, los ángeles, extasiados y atónitos, se postraron una vez más al contemplar la maravilla que tenían delante. Un ángel exclamó irreverentemente, a voz en cuello, los pensamientos de todos: «Él no está haciendo otro Ish. Ésta se le parece, pero es diferente. Como la leona es al león, así también ésta ha sido sacada del hombre. Pero jamás, jamás —exclamó un ángel travieso— fue la leona tan hermosa como ésta.
Otro ser angélico cruzó el límite de la moderación:
«¡Tampoco el hombre es tan hermoso como ella!» —exclamó.
Entonces, las bóvedas del cielo se abrieron de par en par, y con grito unánime, todos los seres celestiales prorrumpieron:
Nunca hubo ni habrá jamás cosa tan preciosa como ella.
Ni huestes celestiales
Ni ninguna criatura que pisa terrenal césped,
Sin distinción de tribu ni raza, puede igualarla.
Sólo hay algo que en hermosura superarla puede:
el rostro de Dios».
Jesús Y las mujeres
Jesús no se limitó a hablar de la dignidad de la mujer. Ministró sus necesidades físicas, sociales, emocionales y espirituales. Lo mismo que trató las necesidades del hombre cuando su vida estaba deshecha, igualmente hizo con la mujer. Él no mostró favoritismo hacia el varón, sino que trató las necesidades del hombre y de la mujer con el mismo cuidado y solicitud. • Inició un dialogo con la mujer en el pozo, atendiendo a su necesidad de sanidad interior (Juan 4:7-26). • Trató con compasión a la mujer que sufría una hemorragia desde hacía doce años (Lucas 8:43-48). • Levantó a la hija de Jairo de entre los muertos (Lucas 8:40-42, 49-56). • Curó a la mujer que había estado paralítica dieciocho años (Lucas 13:10-13). • Curó a la hija de una mujer gentil poseída por un demonio (Mateo 15:21-28). • Se preocupó de una viuda al resucitar a su único hijo (Lucas 7:11-15). • Enseñó a la mujer samaritana (Juan 4:7-26) y a María, la hermana de Marta (Lucas 10: 38-42). La venida del Esposo | 249 • Desde la cruz, Jesús se preocupó de atender a su madre (Juan 19:25-27). • Contraviniendo todas las costumbres sociales, él permitió que las mujeres le tocaran, incluso una mujer ceremonialmente impura (Marcos 5:25-34), y una mujer que le lavó los pies (Lucas 7:36-50).
Sorprendentemente, para las costumbres de la época, Jesús llamó a las mujeres al ministerio. Las mujeres fueron la primeras en la cuna (Elisabeth, Lucas 1:39- 45) y las últimas en la cruz (Lucas
23:27,49). Las mujeres formaban parte del equipo que acompañaba a Jesús en sus viajes y atendía a sus necesidades. Algunas prestaban apoyo económico al ministerio (Mateo 27:55–56; Marcos 15:40–41; Lucas 8:1–3).
La decisión que toma Jesús de escoger a la mujer para hacer el primer anuncio de su resurrección (por no mencionar el trato con que la agasajó todo el tiempo que vivió en la tierra), significó nada menos que un repudio del sexismo galopante que reinaba en el mundo greco-romano, el judaísmo y, a menudo, el cristianismo y el mundo actual.
¡Llegó la hora! Nuestro reto consiste en recuperar la dignidad de la mujer para edificar y educar naciones. Si no lo hacemos, ¡que Dios se apiade de nuestros hogares y naciones!