Por: PLINIO OROZCO
Fuente: Coalición por el Evangelio
Los reformados nos caracterizamos por un amor profundo por la verdad. Siempre estamos dispuestos a evaluar todo según el estándar de la Escritura, pero en medio de esta preciosa tarea podemos olvidar que tenemos limitaciones. Profesamos algunas doctrinas que son difíciles de explicar y otras en las que nos quedamos cortos a la hora de aplicar. ¿Sabemos completamente como se unen la soberanía divina y la responsabilidad humana? ¿Sabemos explicar a plenitud la Trinidad? ¿Podemos describir perfectamente en palabras humanas la realidad de la humillación de Cristo?
Fui ordenado al ministerio en 2012. Ese mismo año Dios, por su gracia, me permitió conocer las doctrinas de la reforma. Escuché una gran cantidad de sermones cada semana y leí muchos libros en poco tiempo; llegué a pensar que conocía todo lo que debía conocer y que estaba listo para enseñar a otros sin necesidad de que nadie me instruyera sobre estas y otras verdades. Todas estas son evidencias de orgullo: olvidé que tenía limitaciones y manifesté poca gracia a pesar de profesar las doctrinas que exaltan la gracia.
Afortunadamente, Dios fue muy bueno conmigo al concederme un grupo de ovejas que me amaban, oraban por mí y me enseñaban con amor. Yo solo tenía 25 años y la mayoría de mis ovejas eran mucho mayores que yo. Hombres y mujeres temerosos del Señor.
En algunas ocasiones, cuando bajaba del púlpito, ciertos hermanos me corregían con mucha gracia cuando lo consideraban necesario. Comencé a entender que la crítica era un instrumento santificador en las manos del Señor. Dios usó todo esto para el crecimiento de ellos y para mi propio crecimiento.
Humildad sobrenatural
El orgullo es natural en nosotros, pero la humildad es una virtud del Espíritu y, por lo tanto, es sobrenatural. Cada uno de nosotros necesitamos crecer en ella.
La humildad nos permite ser enseñables, elimina la arrogancia que existe en nosotros, acaba con nuestro deseo de siempre tener la razón y golpea fuertemente nuestro anhelo de protagonismo para que, al final, solo Cristo sea admirado. Como escribió Pablo:
«Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno» (Romanos 12:3).
En el libro Pensamientos para hombres jóvenes, J.C Ryle expresó:
«El orgullo se asienta en el corazón de todos nosotros por naturaleza. Nacimos ya orgullosos. El orgullo nos hace confiar en nosotros mismos, haciéndonos creer que somos suficientemente buenos así como estamos, tapa nuestros oídos para que no escuchemos consejo, nos impulsa a rechazar el evangelio de Cristo, a andar por nuestro propio camino. Pero el orgullo nunca reina con más poder que cuando reina en el corazón de un joven».[1]
El orgullo nos invita a abrazar la tendencia de hablar sobre todos los asuntos para que luzcamos inteligentes, pero la humildad nos invita a reconocer que no lo sabemos todo (1 Co 8:2).
La crítica es inevitable
Vivimos en un mundo marcado por el pecado y nadie podrá escapar de la crítica, mucho menos los líderes jóvenes. Estamos a la vista de todos y, debido a nuestra juventud, son muchas las cosas que necesitamos aprender. Si no poseemos un corazón enseñable le causaremos mucho daño a nuestra alma y a todos los que estén a nuestro alrededor. Que la crítica no nos sorprenda. Más bien, ¡preocupémonos cuando nadie nos corrija! Debemos alarmarnos cuando todos nos adulen y siempre hablen bien de nosotros (Lc 6:26).
Para desarrollar un corazón enseñable, considera cuatro elementos importantes:
Primero, reconoce tus limitaciones. Fue Sócrates quien dijo: «Todo lo que sé es que nada sé». Reconocer que no lo sabemos todo nos guardará de apoyarnos en nuestra propia sabiduría y nos permitirá escuchar el consejo de otros. «No seas sabio a tus propios ojos; teme al Señor y apártate del mal» (Pr 3:7).
Segundo, que tu meta sea exaltar a Dios y no la imagen que deseas proyectar a otros. Cuando hagamos esto evitaremos resistirnos a las críticas. Las críticas nos recuerdan nuestras imperfecciones y pecados. Al escuchar, reconociendo honestamente que existen áreas que necesitamos cambiar, mostraremos a los demás nuestra profunda necesidad de gracia y la realidad de que la excelencia solo está en Cristo.
Tercero, odia el orgullo y ama la humildad. Todo verdadero cristiano está siendo transformado por el poder del Espíritu Santo. En esa transformación Dios nos conduce a amar lo que Él ama y a odiar lo que Él odia (Pr 8:13). No es en vano que alguien dijo muy sabiamente: «El orgullo y la piedad no caminan juntos».
Finalmente, ora a Dios para que te conceda más de su gracia transformadora para tener un corazón humilde, que es lo mismo que tener un corazón enseñable.
Después de nueve años en el ministerio, continúo inclinándome hacia el orgullo. Necesito seguir creciendo en esta virtud cristiana conocida como humildad. ¡Gloria a Dios por su gracia, que nos muestra nuestra debilidad y nos transforma a la imagen de Cristo!
[1] Pensamientos para hombres jóvenes, p. 10.