Liderazgo

LLENA TU CUERNO

Fuente: Desarrollo Cristiano Internacional

 A lo largo del texto bíblico encontramos una gran variedad de llamamientos, en diferentes situaciones, con distintas personalidades y para cometidos diversos. Por todo este panorama no es posible y tampoco deseable sistematizar exhaustivamente esta cuestión.

 A pesar de ello, y siendo consciente de ese riesgo, en el presente artículo, he seleccionado uno de estos llamamientos, concretamente el de David. De este caso singular trataremos de elaborar una serie de principios que por su nivel de generalización podrían aplicarse a un buen número de llamamientos.

 El texto bíblico que he seleccionado es el de 1 Samuel 16.1–13. En este pasaje David se nos presenta como el hijo menor de una familia de Belén; su ocupación es la de pastor de ovejas, el cual era uno de los oficios más frecuentes en aquella región. El contexto histórico es el reinado de Saúl.

 Me gustaría destacar ocho aspectos característicos de este llamamiento:

  1. Dios toma la iniciativa (16.1)

«Dijo el Señor a Samuel…» Surge una necesidad: El Señor a desechado a Saúl por una grave desobediencia. El Señor conoce la necesidad de reemplazarlo y en su sabiduría él prepara y llama. Es interesante notar la forma tan clara en la que comunica a Samuel la urgencia de un nuevo llamamiento: «Te enviaré […] porque de sus hijos me he provisto rey».

  1. Dios usa instrumentos humanos (16.1–2)

En este contexto lo vemos actuar en un doble sentido. Usa a Samuel con toda su experiencia como profeta y juez, ya que ha rechazado al actual responsable, Saúl. Y Dios va a llamar a un joven, un hijo de Isaí de Belén. Dios ha querido involucrar a hombres y mujeres para cumplir sus propósitos.

Por lo general Dios no nos llama de forma espectacular o misteriosa, lo hace como en el pasado, valiéndose de siervos probados y con experiencia en su obra. Esa es la gran responsabilidad de aquellos que sirven en la obra, como ancianos, pastores y otros líderes (2Ti 2.2). En segundo lugar, Dios sigue llamando a hombres y mujeres para que lo sirvan, ya sea de forma personal o por medio de otros.

  1. Dios se revela a través de la obediencia (16.2–4)

El llamamiento en este caso es un proceso en el que Dios se revela de manera progresiva y en el que demanda obediencia. Aunque la obediencia a Dios puede suponer correr ciertos riesgos, esta no es sinónimo de imprudencia (16.2b). Por otro lado, la obediencia a Dios puede conducirnos a situaciones incómodas, de soledad, de incomprensión (16.4).

Pero llegando a este punto tal vez te preguntes ¿qué tomamos en consideración acá, el llamamiento de David o el de Samuel? La respuesta que nos proporciona el mismo texto es clara, es el de David. Pero todo lo escrito hasta aquí expone otro punto muy importante: el hecho de que Dios usa a gente responsable ya involucrada en su obra para comunicar y afianzar un llamamiento. Este punto aparecerá todavía de forma más clara en el Nuevo Testamento. Así pues, Samuel desempeña un papel clave en el proceso del llamamiento de David y su actitud de obediencia es imprescindible, y todo ello porque la norma bíblica no es la del autonombramiento sino la del llamamiento.

  1. Dios demanda santidad (6.5)

Otro aspecto importante que nos muestra este texto es la necesidad de limpieza y santidad. Por ello todos las participantes en este proceso de llamamiento: Samuel, los ancianos de Belén e Isaí, junto con sus hijos, participan del sacrificio de santificación.

Es notable que la ceremonia de ungimiento no la llevara a cabo en secreto, aunque sí procedió con discreción; el momento histórico lo requería. Dios no nos pide perfección moral, esa sería una demanda imposible de satisfacer; pero sí busca santidad, es decir vida de arrepentimiento.

  1. Dios no sigue criterios humanos (16.6–7)

Samuel vio a Eliab y le causó una grata impresión: era el primogénito, bien parecido, fuerte, de porte adecuado, etcétera. Humanamente la cosa estaba muy clara. Pero Dios tiene que reconvenirlo y corregirlo exponiendo las diferencias de criterio entre los suyos y los de Samuel: «Jehová no mira lo que mira el hombre». Esto puede ser un motivo de reflexión. Nuestra tendencia nos lleva a valorar cualidades externas, son las más obvias, tenemos más facilidad y capacidad para ello. Pero no son las esenciales. Dios valora las cualidades internas, mira el corazón (1Cr 28.9).

  1. Dios es exigente pero a la vez paciente (16.8–11)

Aunque parecieran dos rasgos contradictorios, no lo son; es un reflejo del carácter perfecto de nuestro Dios. Esta combinación de exigencia y paciencia nos previene de la precipitación y de la fiebre por lo instantáneo. La selección fue cuidadosa hasta al extremo en que se terminaron los candidatos. Samuel, para sorpresa de los presentes, tuvo que preguntar: ¿estos son todos? Faltaba el menor, el último en quien pensar; pero Samuel, guiado por Dios, lo mandó llamar y esperó. Él, a pesar de su experiencia, era sensible a la dirección del Señor.

  1. Dios conoce a la persona a la que él escoge

David es el hombre de Dios para esta nueva etapa. Es un hombre conforme al corazón de Dios, así lo definió el Señor mismo. Nuestro Dios no es caprichoso, si él esperó el proceso de selección hasta que llegaron a David, fue porque lo conocía y sabía que, a pesar de sus debilidades, era la persona adecuada.

En este mismo orden de situaciones David no necesitó hacer nada espectacular para que Dios se fijara en él. El fue fiel en su cometido: cuidar el rebaño de ovejas que poseía su familia. Dios lo llamó de en medio del cumplimiento de sus obligaciones laborales. De seguro que en el desempeño de esta tarea se forjarían muchas de las cualidades que el mismo Señor estimó como necesarias para su futuro ministerio.

Nuestra vocación no consiste en hacer nada espectacular; más bien, como en el caso de David, debemos ser fieles en aquello que es nuestra tarea cotidiana: «cuidar del rebaño». Aunque a los ojos humanos este planteamiento no impresiona, es el que Dios ha escogido, «ser fieles en lo poco antes de recibir llamamientos a extraordinarias tareas».

  1. Dios capacita (16.13–18)

Samuel era ya mayor, Saúl había sido desechado, David estaba empezando a ser preparado por Dios. «Desde aquel día el Espíritu de Dios vino sobre David» (vv.13 y 18). Dios a quien llama capacita: la experiencia de David fue también la de Abraham, José, Moisés, y muchos más. David, luego de aquella experiencia tan importante, volvió a su tarea. Llama la atención este detalle. Dios no se precipita. Su concepto del tiempo no es el nuestro.

Siempre me ha impresionado la afirmación del apóstol Pablo a los corintios: «nuestra competencia proviene de Dios» (1Co 3.5). Si Dios nos llama podemos estar seguros de que también nos capacitará. Una de las constantes que aparece en la mayoría de los llamamientos registrados en la Palabra es el sentimiento de incapacidad que los llamados expresan; es sano, sabio y realista reconocer que resulta imposible llevar a cabo la obra sin que él nos capacite.

Se tomó de revista Andamio IV, 1996, publicación de Grupos Bíblicos Universitarios de España. Se usa con permiso.

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