Por: J.I. Packer
Fuente: Blog Teología para Vivir
LA ORACIÓN: LOS CRISTIANOS PRACTICAN LA COMUNIÓN CON DIOS
Y les dijo: cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.Lucas 11:2–4
Dios nos hizo y nos ha redimido para que tengamos comunión con Él, y eso es la oración. Dios nos habla en el contenido de la Biblia y a través de él; su Santo Espíritu lo abre para nosotros y nos lo aplica, capacitándonos para comprenderlo. Nosotros le hablamos a Dios entonces acerca de Él mismo, de nosotros y de la gente de su mundo, dándole a lo que decimos la forma de respuesta a lo que Él ha dicho. Esta forma única de conversación en ambos sentidos continúa mientras perdura la vida.
Las cuatro partes de la oración.
La Biblia enseña y ejemplifica la oración como una actividad cuádruple que han de realizar los miembros del pueblo de Dios de manera individual, tanto en privado (Mateo 6:5–8) como en mutua compañía (Hechos 1:14; 4:24). Debemos:
- Expresar adoración y alabanza;
- Debemos hacer una contrita confesión del pecado y buscar el perdón;
- Hemos de manifestar gratitud por los beneficios recibidos,
- Hemos de expresar peticiones y súplicas, tanto por nosotros como por los demás.
El Padrenuestro (Mateo 6:9–13; Lucas 11:2–4) manifiesta adoración, petición y confesión; el Salterio contiene modelos de los cuatro elementos de la oración.
Mateo 6:9–13 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
La petición, en la cual la persona que ora reconoce con humildad su necesidad y expresa su confianza total en que Dios la atenderá, usando sus recursos soberanos de sabiduría y bondad, es la dimensión de la oración que se destaca con mayor constancia en la Biblia (por ejemplo, Génesis 18:16–33; Éxodo 32:3133:17; Esdras 9:5–15; Nehemías 1:5–11; 4:4–5, 9;6:9. 14; Daniel 9:4–19; Juan 17; Santiago 5:16–18; Mateo 7:7–11; Juan 16:23–24;Efesios 6:18–20; 1 Juan 5:14–16. La petición, junto con las otras formas de oración, debe ir dirigida de ordinario al Padre, como nos muestra el Padrenuestro, pero se puede clamar a Cristo para pedir salvación y sanidad, como en los días de su carne (Romanos 10:8–13; 2 Corintios 12:7–9), y al Espíritu Santo para pedirle gracia y paz (Apocalipsis 1:4). No es posible que sea incorrecto presentarle nuestras peticiones a Dios como uno y trino, o solicitar una bendición espiritual de cualquiera de las tres Personas, pero es prudente seguir la pauta marcada por el Nuevo Testamento.
Oración en el Nombre de Cristo Jesús.
Jesús enseña que las peticiones al Padre se han de hacer en su nombre (Juan 14:13–14; 15:16; 16:23–24). Esto significa que invocamos su mediación, como el que nos consigue el acceso al Padre, y buscamos su apoyo, como intercesor nuestro en la presencia del Padre. No obstante, sólo podemos buscar apoyo en Él cuando pedimos de acuerdo con la voluntad revelada de Dios (1 Juan 5:14) y nuestros propios motivos para pedir son correctos (Santiago 4:3).
Jesús enseña que es correcto que presionemos a Dios con fervorosa insistencia cuando le presentamos nuestras necesidades (Lucas 11:5–13; 18:1–8), y que Él va a responder una oración así de manera positiva. Sin embargo, debemos recordar que Dios, quien sabe lo que es mejor de una forma que nosotros no lo sabemos, nos puede negar nuestra petición concreta en cuanto a la forma en que se van a satisfacer las necesidades. Con todo, si lo hace, es porque tiene algo mejor que darnos, que aquello que le hemos pedido, como era el caso cuando Cristo le negaba a Pablo la sanidad con respecto al aguijón en su carne (2 Corintios 12:7–9). Decir “Hágase tu voluntad”, rindiendo la preferencia que hemos expresado a la sabiduría del Padre, tal como hizo Jesús en Getsemaní (Mateo 26:39–44) es la forma más explícita de expresar fe en la bondad de lo que Dios tiene planificado.
No hay tensión ni falta de coherencia entre la enseñanza de las Escrituras sobre la preordenación soberana de todas las cosas por Dios y la relacionada con la eficacia de la oración. Dios preordena tanto los medios como el fin, y nuestra oración ha sido preordenada como el medio a través del cual Él hace que se cumpla su soberana voluntad.
Mateo 26:39–44 Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras.
Conclusión.
Los cristianos que oran con sinceridad, con reverencia y humildad, con la sensación de que son privilegiados y con un corazón puro (es decir, purificado, penitente), encuentran dentro de sí un instinto filial puesto allí por el Espíritu que los impulsa a dirigir su oración al Padre celestial y a confiar en Él (Gálatas 4:6; Romanos 8:15), así como un anhelo de orar que supera su incertidumbre sobre los pensamientos que deben expresar (Romanos 8:26–27). La misteriosa realidad de la ayuda del Espíritu Santo en la oración sólo llega a ser conocida por los que realmente oran.[1]
Tomado de: J. I. Packer, Teologı́a Concisa: Una Guı́a a Las Creencias Del Cristianismo Histórico (Miami, FL: Editorial Unilit, 1998), 195-197.