Los enviados del centurión comunicaron a Jesús el mensaje que les había sido confiado, un mensaje que dejó atónito al Cristo. Dirigiéndose a la multitud, exclamó: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.» Esta es, por demás, una sorprendente declaración. Este hombre tenía una perspectiva sobre la vida espiritual que merece nuestra atención.
Examinemos, por un momento, sus palabras. Explicando que era innecesario su presencia física en la casa del centurión, añadió: «di la palabra y mi siervo será sanado, pues también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este: “Ve”, y va; y al otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.»
Con seguridad existe una dimensión más profunda en las palabras de este romano de lo que nosotros podemos captar. No obstante, creo que podemos resaltar al menos dos elementos fundamentales relacionados con la fe. La fe reconoce que cuando Dios habla tiene autoridad absoluta para decir lo que dice. En primer lugar, este hombre entendía que la fe descansa sobre la palabra hablada.
Para los que somos parte del pueblo de Dios, esta es una importante distinción. Demasiados cristianos creen que la fe es una especie de sentimiento de entusiasmo o pasión.Cuanto más positivo sea este sentimiento más probable se cree son las posibilidades de que se cumpla lo que el sentimiento anhela. Por esta razón somos animados, con frecuencia, a cantar con más fe o a orar con mucha fe. La fe que se tiene en mente es una especie de fervor santo que, supuestamente, impacta al mundo espiritual.
La fe bíblica se fundamenta sobre algo mucho más sólido y confiable que esto, la Palabra eterna del Dios todopoderoso. Pablo claramente señala esto en Romanos: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.» (10.17). Fe, entonces, es algo que se nutre exclusivamente de las Palabras que han sido pronunciadas por la boca de Aquel que es soberano.
Esto nos lleva a la segunda observación sobre la fe. El centurión entendía que una parte esencial de la fe tiene que ver con la autoridad del que pronuncia las palabras que la sustentan. Esto es algo que, como parte de un sistema militar, entendía claramente. Ningún soldado en actividad osaría dudar de la autoridad de un oficial de rango superior. Todo el edificio militar descansa sobre el hecho de que el que da las órdenes goza de una autoridad incuestionable a los ojos de los que las reciben.
Del mismo modo, la fe reconoce que cuando Dios habla tiene autoridad absoluta para decir lo que dice. Sus hijos pueden creer sus Palabras, porque están respaldadas por su posición de soberano del Universo. Si no existe un reconocimiento de esta autoridad total y absoluta, no se puede ejercer fe. El centurión reconocía la autoridad del Cristo y entendía, por ello, que no hacía falta que estuviera físicamente presente para que ocurriera algo. Bastaba que simplemente pronunciara palabras al respecto. Y así fue. Habló, y «al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo». «¡Concédenos, Señor, vivir en esta dimensión de la fe! Amén.»
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