Por: Nathan Díaz
Fuente: Coalición por el Evangelio
Al comienzo de esta Semana Santa, estuve meditando sobre los eventos que sucedieron cada día de la última semana del ministerio de Jesús, con la ayuda del libro “The Final Days of Jesus” de Andreas Köstenberger y Justin Taylor. En este ejercicio, traté de imaginarme lo que pensó Jesús cuando todas las multitudes gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt. 21:9). Él sabía exactamente lo que estarían gritando unos días después: “¡Sea crucificado!” (Mt. 27:22-23). Sé que Jesús entendía perfectamente que el entusiasmo era superficial y pasajero. Lo sé porque a pesar de la aparente lealtad y del aparente amor que existía en la gente por Jesús, Él se lamentó por Jerusalén, profetizando los eventos de su propio juicio ante Pilato (“matan a los profetas”), y profetizando la próxima vez que se escucharían las palabras “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:37-39): su segunda venida. ¿Qué hacía que la gente siguiera a Jesús de una manera tan fiel en su entrada triunfal a Jerusalén? La respuesta es sencilla. Ellos pensaban que Jesús les daría algo que ellos querían: la liberación del imperio romano. Aclamaban a un Jesús que solucionaría sus problemas sociales: la opresión y los impuestos. Un Jesús que apoyara su orgullo nacionalista. El pueblo pensaba que este era el comienzo de su prosperidad. Ellos no entendían el verdadero propósito del ministerio de Jesús (Jn. 12:34-36). Cuando lo vieron humillado, a punto de ser condenado como criminal y en ninguna manera como un Mesías libertador y revolucionario, le dieron la espalda. Ya no tenía nada que ofrecerles. ¿O sí?
Bendito si me bendice
Hoy en día encontramos iglesias “cristianas” en toda Latinoamérica. Muchas organizan eventos “de bendición”, en los que logran convocar a las multitudes. Multitudes que gritarán: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” Pero, ¿qué es lo que provoca esta aparente lealtad a la persona de Cristo? La promesa de un milagro. “Ven, y todos tus problemas se solucionarán. ¿Estás enfermo? Jesús te sanará. ¿No tienes dinero? Jesús te hará rico. ¿Tienes problemas familiares? Cristo restaura relaciones”. No estoy diciendo que Dios no puede hacer estas cosas. Definitivamente Él es capaz de hacer más allá de lo que podemos imaginar. Lo que sí estoy diciendo es que esa no es la razón principal por la que Cristo vino. Y si vas a usar esas promesas para traer a la gente a tu iglesia, más vale que puedas mantener el estado de tu congregación en prosperidad y comodidad constantes, porque en el momento que se den cuenta de que el Jesús que ellos proclamaban no está cumpliendo con sus expectativas, gritarán “¡Crucifícalo!”. Alguna vez leí un artículo sobre el “show” que muchas iglesias tienen que hacer para atraer a la gente a sus servicios. El autor decía que lo que hagas para traer a la gente a tu iglesia, es lo que tendrás que hacer para mantenerlos en la iglesia. Y creo que es lo mismo que pasa en muchas iglesias donde los milagros y la prosperidad son los temas centrales, no el evangelio. La gente seguirá asistiendo mientras Jesús siga cumpliendo sus caprichos. Es el fenómeno “Aladino”. En el momento que las cosas ya no estén como ellos quisieran, se manifestará el tipo de tierra que eran (Lc. 8:13). Pero no importa: los que se van simplemente serán remplazados por otros que creerán que Jesús resolverá todos sus problemas en su próximo evento de milagros. Multitudes seguirán clamando “bendito el que viene en el nombre del Señor”.
Bendición real
No llamemos a la gente a la iglesia con promesas de cosas que ellos quieren. Traigámoslos a Cristo por lo que necesitan: el perdón de los pecados. Después de todo, de eso se trataban los últimos tres días de vida de Jesús; y de eso se trataba la pascua que los judíos habían venido celebrando por tantos años. Ese año celebraron la tradición del sacrificio del cordero de Pascua, y al día siguiente le gritaron a ese Cordero: “¡No cumpliste con lo que pensamos que nos darías! ¡Mejor que te crucifiquen!”. En todo esto, pasaron por alto que ese era el punto central de la Pascua: la sangre de un Cordero perfecto para propiciar la ira de Dios, redimir a su pueblo y justificarnos delante de Dios. Sabemos por Hechos 2 que muchos de los que gritaron “¡Hosanna!”, para después gritar “¡Crucifícalo!”, luego pausaron a hacer una pregunta que transformaría sus vidas: “Hermanos, ¿qué haremos?” (Hch. 2:37). Como hizo en ese entonces, Dios sigue rescatando en su misericordia a gente que comienza buscando a Jesús por sus regalos y termina dándose cuenta de que el Dador de los dones es mejor que los dones. Si atraes a la gente a la iglesia por el evangelio, el evangelio es lo único que tendrás que seguir predicando para mantenerlos en la iglesia.